Ideario — Obras de R. Mella — I

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ENSAYOS FILOSÓFICO-LITERARIOS

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La razón no basta

No me convence el racionalismo, cualquiera que sea su significado. Me parece que tras esa palabra se esconde siempre algo de metafísica, de teología. Por el solo esfuerzo de la razón se construyen muy grandes cosas especulativas, pero casi ninguna sólida y firme. Y, sin embargo, muchos se pagan extraordinariamente de las resonantes palabras racional, razón, etc.

En general, ponemos escasa atención en el examen y análisis de nuestras palabras y de nuestros argumentos; olvidamos que lo que uno reputa lógico, razonable, otro lo estima fuera de toda racionalidad, y, lo que es peor, propendemos a creer firmemente que los dictados de la razón son algo universal e indiscutible, algo que todos debemos acatar.

Nada más lejos de la realidad. Contra los dictados de la razón se ha levantado el grandioso edificio de la astronomía; contra los dictados de la razón han caído religiones y sistemas filosóficos en completo olvido; contra los dictados de la razón se ha cumplido y se cumple el progreso de la humanidad. Porque es la razón humana la que ha forjado todos los errores históricos y la que ahora mismo mantiene el mundo en los linderos de la ignorancia y de la superstición. Aun los mismos que se reputan revolucionarios y hombres del porvenir, de supersticiones e ignorancias viven, con ignorancias y supersticiones argumentan, porque, encasillados en los famosos dictados de la razón, no advierten que la razón, sin la experimentación, es puramente imaginativa y egotista; no paran mientes sino en la lógica personal y exclusivista del «yo» y se lanzan a las mayores audacias desprovistas de todo fundamento.

De hombre a hombre hay, en materia de lógica, verdaderos abismos. Y como no sabemos de ninguna razón infusa capaz de imponerse por sí misma a todos los humanos, forzoso será que hagamos un alto en nuestros entusiasmos racionalistas.

La Naturaleza, la realidad, no es un silogismo; es un hecho. De este hecho podrá nacer el silogismo; pero menester será que el instrumento de interpretación, el entendimiento, no se equivoque, para que tal silogismo sea idéntico para todo el mundo.

La misma percepción, las mismas sensaciones, varían de hombre a hombre. ¿Cómo no ha de variar la traducción en ideas y palabras? ¿Cómo no ha de variar la lógica?

Si a un hombre, lo más inteligente posible, pero ajeno al mundo civilizado, se le dijera que un armatoste de acero se mantiene a flote sobre las aguas del mar, negaría en redondo semejante posibilidad, fundado precisamente en los dictados de su razón. Si se le dijera que otro armatoste metálico surca libremente los espacios, se negaría también, en firme, a admitirlo. Su razón, todas las razones dicen que cualquier objeto más pesado que el aire se viene al suelo.

La razón, cuando no se apoya en la experiencia, yerra o acierta por casualidad.

Mas no es necesario apelar al hombre no civilizado. Hay un hecho que da la clave de la cuestión: cuando en un tubo donde hay agua se ha hecho el vacío, el agua sube; la razón, no pudiendo explicarse el suceso, inventó el horror al vacío. Pero la experiencia nos permitió conocer la presión atmosférica, la ley de la gravedad y tantas otras cosas que a la razón, por sí misma, no se le habían ocurrido; y entonces la razón se dio cuenta de que el agua sube por el tubo donde se ha hecho el vacío, precisamente porque no está presente la acción o presión atmosférica. Y esta explicación, que los encasillados en el racionalismo llamarían racional, no es más que una explicación de hecho, sobre la cual la razón puede construir todavía nuevas invenciones, y nuevos errores.

En realidad, la razón es tan maravillosamente apta para explicarse los motivos de lo que la Naturaleza le da explicado, como incapaz de fundar por sí misma una sola verdad o una sola realidad, si se quiere. Es verdad que la experiencia de los siglos debería hacernos tan desconfiados de la razón como de la fe. Pero es más fácil y más cómodo imaginar e inventar que investigar pacientemente y encontrar con tanto trabajo como eficacia los hechos y las conexiones que los ligan, y de ahí que el pretendido racionalismo tenga tantos adeptos en las zonas y en todos los climas ideológicos.

Donde la experiencia falta, la razón quiebra casi siempre. No. No basta la razón. Todas las cosas tenidas por racionales suelen ser infundadas y opuestas a la realidad. A lo sumo, van conformes a las apariencias. No, la razón no basta. Es precisa la experimentación constante, el análisis terco y porfiado de los hechos, la investigación tenaz, y, por encima de todo, la verificación, necesariamente a posteriori, de las consecuencias deducidas, para que la razón pueda levantarse modestamente, sin énfasis, a formular la más elemental de las verdades. Los hechos son algo más que los silogismos y mucho más que la escolástica, de que andamos aún contaminados los que presumimos de hombre del porvenir y somos solamente unos pobres remedos del hombre de ayer.

Menos razones y más experiencias; menos racionalismos y más realidades; menos gimnasia de calenturientas imaginaciones y más bagaje de conocimientos positivos y de hechos de naturaleza, nos harán aptos y merecedores de otras civilizaciones especulativas y de los disfraces de la fe andaremos siempre girando en torno de todo lo atávico y de todo lo erróneo.

Que es precisamente lo contrario de lo que, al parecer, muy racionalmente anhelamos.

  • Acción Libertaria, núm. 10, Madrid 25 de Julio de 1913.

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