Fernando Tarrida del Mármol, Revolutionary Theory in 1889 and 1908 (ES)

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LA TEORÍA REVOLUCIONARIA

Lema: La teoría revolucionaria que puede considerarse mas conforme con la Naturaleza, la Ciencia y la Justicia, es la que prescinde de todo dogma político, económico y religioso. – X.

Vamos a demostrar que para establecer una teoría revolucionaria que no pugne con la Naturaleza, la Ciencia ó la Justicia, cuando no contra las tres á la vez, es indispensable deshacerse de todo dogma, sea político, sea social, sea económico. sea religioso.

I — Dogmas Políticos

La política es el arte de gobernar á los pueblos. Desde los tiempos antiguos hasta nuestros días, los artistas que han logrado imponerse á sus semejantes han practica- do una de las tres formas generales que abarcan toda clase de gobierno: la despótica, la oligarquía y la democracia. El despotismo es la organización en la que un individuo gobierna á su antojo y siguiendo los impulsos de su capricho, viniendo á ser dicha organización la negación mas rotunda y franca de la libertad. La oligarquía es el gobierno de unos pocos, sea por derecho propio, sea por derecho adquirido mediante elección; pero estos pocos asumen la representación de muchos, les imponen leyes que les obligan á obrar de tal ó cual manera y, aun en los casos mas favorables, se convierten forzosamente de representantes en opresores. La oligarquía es pues, también, la negación de la libertad. En cuanto á la democracia, que supone el gobierno de la mayoría, es una verdadera utopía, puesto que el arte de gobernar es tan engorroso como deletéreo. Y si la mayoría del pueblo tuviera que cuidarse de atender á un arte tan complicado, tendría que desatender á los demos trabajos, resultando de ello que en las democracias las mayorías tienen que hacerse representar por unos cuantos artistas, de oficio gobernantes, que elaboran leyes y crean policías para hacerla observar, convirtiéndose toda democracia en oligarquía encubierta, y siendo, por tanto, un sistema contrario á la libertad.

A la idea de Justicia va anexa la idea de Libertad. Todos los dogmas políticos son contrarios á la idea de Libertad: luego todos los dogmas políticos son contrarios á la idea de Justicia.

También es contraria la política á la Ciencia, puesto que ésta nos enseña que las tendencias de los individuos son variables en razón de su organismo, y la política, lejos de poder atender á esta infinita variedad, que solo es atendible con la no imposición, procura, por el contrario, unificar y regular los actos, hollando por completo las iniciativas y las actividades.

Por ultimo, la autoridad política es contraria á la Naturaleza, que exige que todos las entidades orgánicas, minerales y organizadas se muevan en perfecto autonomía para realizar las combinaciones que les corresponden en razón de su constitución intima. Además, la naturaleza humana es contraria á las imposiciones, por más que el egoísmo humano trate á veces de abusar de ellas. Pero aquellos mismos que mis han proclamado el principio de autoridad para poderlo ejercer, han sido los primeros en darnos la razón en cuanto se han visto en el caso de sufrir sus consecuencias. Hablen sino el ejemplo de Alcibiades en la república ateniense, y el de Coriolano en la antigua Roma: amigos del pueblo mientras oste les ha mimado y obedecido, han vuelto airados sus armas contra su país en cuanto se han visto caídos y obligados á aceptar la autoridad de otros por verse reducidos al papel de simples ciudadanos. Hable también toda esa epopeya de luchas sostenidas por el feudalismo con las monarquías: esos poderosos señores, tan celosos de su absoluta autoridad que les proporcionaba diezmos, primicias y hasta el derecho asqueroso de pernada, revolvíanse airados contra el poder real que quería á su vez hacerles sentir el yugo del principio autoritario. Y sin ir mis lejos, en los tiempos modernos, la constante indisciplina de todos los partidos en todos los países, demuestra que los artistas de gobierno tienen tanto afán de gobernar corno pocas ganas de set gobernados. Ellos son los primeros en demostrar que todo dogma político es contrario á la Naturaleza.

Pues si todo dogma político es contrario á la Justicia, á la Ciencia y á la Naturaleza, la teoría revolucionaria que pretenda estar conforme con estos tres principios deberá empezar por prescindir de todo dogma político, ó lo que es lo mismo, declararse desde luego anárquica.

II — Dogmas sociales

La ignorancia, una educación defectuosa y, las mis de las veces, las costumbres establecidas, suelen engendrar preocupaciones que se arraigan á veces de tal modo que aquel que se halla poseído de ellas las defiende con mas calor y fe que los mismos principios científicos. De estas preocupaciones han resultado una porción de formas relativas á las relaciones sociales en la humanidad. La familia matrimonial, la patria, la ley, la moral son principios huecos al que por desgracia rinden aún ferviente culto entidades de buena fe que se llaman revolucionarias. Y esos principios suelen estar arraigados de tal modo, que han pasado casi todos al estado de dogmas. Y, sin embargo, nada mas contrario á la Justicia, á la Ciencia y á la Naturaleza. Esta preconiza y exige el amor, pero no el vínculo. Esa aconseja el mutuo respeto entre las entidades sociológicas, pero no una moral relativa que varia según los tiempos, los climas, las razas y aun los organismos. Aquella impone el derecho, pero no la ley. En nuestra sociedad, repleta de leyes, el derecho es por doquier atropellado. En una sociedad libre que atienda al derecho de todos, la ley despótica debe ceder ante el contrato espontáneo, siempre modificable y revocable. El derecho es justo, porque es esencialmente humano. La ley es tiránica, porque favorece á unos hombres en perjuicio de otros. Las únicas leyes que no constituyen tiranía, por estar vinculadas con la Ciencia, son las leyes naturales á que nos hallamos todos sometidos y sin las cuales no existiríamos. Leyes que han dado al hombre corazón y sentido, originándose el derecho de amar. Leyes que le han dado estómago, originándose el derecho de comer. Leyes que le han dado cerebro, originándose el derecho de pensar. Leyes que le han dado sensibilidad, originándose el derecho de no dejarse atropellar.

Y como sea que todo contrato bisexual que se aparte del amor libre tiene que ser regulado por leyes, y las leyes humanas son contrarias á la Naturaleza, á la Ciencia y á la Justicia, también es contrario á estos tres grandes principios cualquier contrato bisexual legislado ó legislable.

Asimismo, la patria no debe tener mis límite general que el Universo, ni mas límite particular que las simpatías y las afinidades, nunca unos límites fijados arbitrariamente por leyes elaboradas de un modo caprichoso ó para sancionar un hecho de fuerza y atropello,

En cuanto al dogma moral, ó mejor dicho, á los dogmas morales, les pasa lo que á las religiones, que su variedad prueba la falsedad de todas. La viuda del indio seri muy moral si se deja quemar viva sobre la sepultura de su marido; y la esposa oriental será inmoral si deja ver su cara por la calle, faltando así á la Ciencia que le brinda expansiones para su organismo, aire puro para sus pulmones y luz solar para la frescura del cutis y la salud de su cuerpo. ¡En cambio, en los mismo climas orientales, es un acto muy moral y honroso casarse con una odalisca ya arrinconada del sultán! La usura es moral entre los judíos e inmoral entre los cristianos, que no por eso dejan de practicarla, mas que aquellos si cabe. Para el propietario es inmoral atacar la propiedad ajena; para el desheredado es inmoral el detentarla. En una palabra, lo que es moral para unos es inmoral para otros, y es, por lo tanto, de todo punto ilógico querer que la moral que uno se forma sea moral para todo el mundo.

Vemos, pues, que los dogmas sociales, en cualquier forma que se nos presenten, son contraríes á la Ciencia, á la Naturaleza y á la Justicia; luego la teoría que quiera estar conforme con estos tres principios debe inscribir en su bandera el lema: anarquía societaria.

III — Dogmas económicos

Las escuelas á las que puede darse el dictado de revolucionarias proclaman desde luego la abolición de la propiedad individual, reemplazándola por la propiedad de todos y de nadie. La tierra y los instrumentos del trabajo, estando entonces á disposición de quien quiera hacerlos producir, necesitan, sin embargo, que haya quien los haga producir. Esto es, necesita que los hombres trabajen para poder satisfacer sus necesidades. De esta relación entre la producción y el consume, se deducen tres escuelas principales: el socialismo autoritario, con todas sus divisiones; el anarquismo colectivista y el comunismo anarquista. Del primero no hay para quo ocuparnos, pues hemos demostrado ya en la primera parte de este trabajo que ningún partido político ó autoritario puede considerarse conforme con la Ciencia, la Naturaleza y la Justicia. Quedan, pues, las dos aspiraciones económicas del campo anárquico: el comunismo y el colectivismo. Dice el primero: á cada cual según sus necesidades; de cada cual según sus fuerzas. Dice el segundo: á cada cual según sus obras; de cada cual según su voluntad.

Desde luego podemos afirmar que ambos principios son buenos y en nada contrarios á la idea anárquica, siempre que no se impongan en absoluto y sean hijos del contrato libre y revocable entre las entidades que los practiquen. Desde este punto de vista, es utilísimo el estudio de tan importante problema, con el bien entendido que los resultados que cada cual obtenga de sus estudios serán nuevos datos que han de ayudarle á tomar en su día su resolución; pero nunca una fórmula dogmática que tendría que convertirse á la larga en una imposición para individuos y á veces para localidades enteras.

En cualquier caso que nos coloquemos, tanto la forma comunista como colectivista, son perfectamente compatibles con la Ciencia y la Naturaleza. No ocurre lo mismo respecto de la Justicia. Puestos en el terreno á que nos tienen acostumbrados la presente sociedad, el comunismo es injusto para aquel que considere que el hombre es hijo de sus obras y no de su voluntad. En cambio, el colectivismo será considerado injusto por aquel que ve en el hombre un hijo de su doble organización cerebral y muscular. ¿Por qué, dirá el primero, han de tener igualmente cubiertas sus necesidades el perezoso y el trabajador? — ¿Por qué, dirá el segundo, han de seguir imperando el privilegio del fuerte y del inteligente sobre el hombre débil y de cortos alcances? Ambas preguntas merecen seria reflexión y están muy fundadas, colocándose en el terreno del trabajo tal como hoy suele entenderse; esto es, como sinónimo de fatiga, de cosa molesta. Pero resulta que en la sociedad del porvenir el trabajo presentará un aspecto muy distinto del que presenta en la actualidad. Hoy el proletario, para poder vivir mal, necesita dedicar al trabajo un número de horas que cansa su organismo debilitado por falta de alimentos y aburrido por la carencia absoluta de los goces intelectuales, artísticos y científicos á que tiene derecho. Lo que le sobra es la fatiga; lo que le falta es el recreo y la expansión: luego suspira por osta y reniega de aquella. En cambio, en la sociedad purgada de explotación y acaparamientos, tres ó cuatro horas diarias bastarán al hombre para cumplir su parte de trabajo que le de derecho á la realización de sus necesidades. De las veinticuatro horas del día, veinte empleadas en el reposo y las expansiones, harán que las cuatro restantes hallen en el trabajo un recurso, un ejercicio higiénico, una necesidad, y mas cuando cada productor habrá escogido la clase de producción mas adecuada á sus gustos y conocimientos. Este es el caso general. En cuanto á los casos particulares, se compensaran probablemente unos á otros, pues habrá tal vez un individuo que no tenga gusto de trabajar ni siquiera las tres ó cuatro horas que le corresponden. En cambio, podrá haber individuos que, por gusto, por afición, dediquen mas horas de las que le corresponden ¿Y será una injusticia que á éste no se le de un suplemento? No, porque al fin y al cabo no habrá hecho mas que satisfacer su gusto.

En cuanto á los casos particulares que pueden ocurrir en las colectividades regidas anárquicamente, puede asegurarse desde luego que habrá casos en que se acuda á la solución colectivista y casos en que se acudirá á la comunista, sin faltar por es en lo más mínimo al principio anárquico. Si en una sociedad comunista un hombre reclama una ventaja á cambio de une fatiga que n necesita hae; pero que es ventajosa á dicha sociedad, si al hombre le conviene la ventaja, á pesar de la fatiga, y á la sociedad le conviene el producto de la fatiga á cambio de la ventaja ofrecida que solo pueda ser momentánea, como ventanea habrá sido la fatiga, lo que es entonces contrarío á la anarquía, es que exista un estatuto que prive á una y otra entidad de hacer la que les convenga.

En igual caso se encontraría una sociedad colectivista que se viera privada de adoptar soluciones comunistas. A este sistema, que no preconiza dogma alguno y deja á las entidades en disposición de adoptar en cada momento y en cada caso los principios económicos que más les convengan y les pazcan, se le puede dar el nombre de anarquía económica. Y este es también el principio más conforme con la Ciencia, con la Naturaleza y con la Justicia.

IV — Dogmas religiosos

Todos los dogmas religiosos son contrarios a la Justicia, porque todos ellos, de un modo mas ó menos encubierto, preconizan la desigualdad social. Son contrarios a la Naturaleza, porque osta tiene sus leyes inmutables y todas las religiones pretenden contrariarlas, sea por medio de los milagros, sea suponiendo la existencia de mitos que pueden más que dichas leyes inmutables. Por fin, todas las religiones son contrarias a la Ciencia, porque suponen la fe, que consiste en creer a ciegas, mientras que la Ciencia tiene precisamente la misión de aclarar todo lo oscuro y de no admitir nada sin previa demostración.

Luego aquí también, el único principio compatible con la Ciencia, la Naturaleza y la Justicia es la Anarquía religiosa, ó sea el Ateismo.

Resumen

Entre las varias teorías revolucionarias que pretender garantir la completa emancipación social, la mas conforme con la Naturaleza, la ciencia y la Justicia es !a que rechaza todos los dogmas políticos, sociales, económicos y religiosos, esto es, la Anarquía sin adjetivos.

F. T. M.

Barcelona 20 Octubre 1889

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PROGRAMA SOCIALISTA-LIBERTARIO

Lema. — La teoría revolucionaria que puede considerarse más conforme con la Naturaleza, la Ciencia y la Justicia, es la que prescinde de todo dogma político, económico y religioso (1).

Trataremos de demostrar que para establecer una doctrina societaria que no pugne con la Naturaleza, la Ciencia ó la Justicia, cuando no con las tres á la vez, es indispensable deshacerse de todo dogma, sea político ó social, económico ó religioso.

Empecemos por la política, que es el arte de gobernar á los pueblos.

Desde los tiempos antiguos hasta nuestros días, los artistas de la política que han logrado imponerse á sus semejantes, han adoptado una de las tres formas generales que abarcan toda clase de gobierno : la despótica, la oligárquica ó la democrática.

El despotismo es la organización en la que un individuo gobierna á su antojo y siguiendo los impulsos de su capricho, resultando dicha organización la negación más rotunda y franca de la libertad. La oligarquía es el gobierno de unos pocos, sea por derecho propio, sea por derecho adquirido mediante elección; pero estos pocos asumen la representación de muchos, les imponen leyes que les obligan á obrar de tal ó cual manera, y aun en los casos más favorables, se convierten forzosamente de representantes en opresores; la oligarquía es, pues, también la negación de la libertad. En cuanto á la democracia, que supone el gobierno de la mayoría, es una verdadera utopía, puesto que el arte de gobernar es tan engorroso como deletéreo, y si la mayoría del pueblo tuviera que cuidarse de atender á arte tan complicado, tendría que desatender á los demás trabajos, resultando de ello que en las democracias las mayorías tienen que hacerse representar por unos cuantos artistas, de oficio gobernantes, que elaboran leyes y crean policia para hacerlas observar, convirtiéndose toda democracia en oligarquía encubierta, y siendo, por tanto, un sistema contrario á la libertad.

A la idea de Justicia va anexa la idea de Libertad. Todos los dogmas políticos son contrarios á la idea de Justicia.

También es contraria la política á la Ciencia, puesto que ésta nos enseña que las tendencias de los individuos son variables en razón de su organismo, y la política, lejos de poder atender á esta infinita variedad, que sólo es atendible con la no imposición, procura, por el contrario, unificar y regular los actos, hollando por completo las iniciativas y las actividades.

Por último, la autoridad política es contraria á la Naturaleza, que exige que todas las entidades orgánicas, minerales y organizadas se muevan con perfecta autonomía para realizar las combinaciones que les corresponden en razón de su constitución íntima. Además, la naturaleza humana es contraria á las imposiciones, por más que el egoísmo humano trate á veces de abusar de ellas. Pero aquellos mismos que más han proclamado el principio de autoridad para poderlo ejercer, han sido los primeros en darnos la razón en cuanto se han visto en el caso de sufrir sus consecuencias. Hablen si no el ejemplo de Alcibiades en la República ateniense y el de Coriolano en la antigua Roma : amigos del pueblo mientras éste les ha mimado y obedecía han vuelto sus armas contra su país en cuanto o han visto caídos y obligados á aceptar la autoridad de otros por verse reducidos al papel de simples ciudadanos. Hable también toda esa epopeya de luchas sostenidas por el feudalismo con las monarquías: esos poderosos señores, tan celosos de su absoluta autoridad, que les proporcionaba diezmos, primicias y hasta el derecho asqueroso de pernada, revolvíanse airados contra elpoderreal que quería á su vez hacerles sentir el yugo del principio autoritario. Y sin ir más lejos, en los tiempos modernos, la constante indisciplina de todos los partidos en todos los países, demuestra que los artistas de gobierno tienen tanto afán de gobernar como pocas ganas de ser gobernados. Ellos son los primeros en demostrar que todo dogma político pugna con la naturaleza humana.

En general, la diferencia entre la Sociedad humana y el Estado político la ha establecido admirablemente Mignel Bakunin en esta frase:

« La Sociedad es natural y vivirá tanto como la humanidad, el Estado es transitorio y pasajero, tiene señalado un límite; vivirá no más mientras dure el privilegio y el consiguiente antagonismo de los intereses, y morirá por incompatible con la reorganización racional y armónica de la Sociedad. »

La concepción clarísima y bien definida de estos dos conceptos antagónicos, la resume Anselmo Lorenzo en los siguientes términos:

« La Sociedad, lejos de disminuir y de limitar, crea la libertad de los individuos humanos; es como la raíz y el árbol, la libertad es su fruto. Por consecuencia, en cada época el hombre debe buscar su libertad, no al principio, sino al fin de la historia, pudiéndose decir que la emancipación real y completa de cada individuo humano es el verdadero y supremo fin de la historia.

J Lo que sucede es que el concepto Estado ha suplantado á la Sociedad, y ésta vive fuera de su centro natural y racional por la acción de los privilegiados, resultando que en oposición con las teorías racionales del derecho predomina el hecho brutal, y así ha podido decirse que la fuerza es superior al derecho. »

El socialista inglés Bruce Glasier hace observar que muchos de los que se llaman socialistas son terribles individualistas, y añade que algunos de los que adoptan dicha etiqueta, sólo perjudican, deshonrándola, la causa del socialismo. Lo mismo han dicho, respecto de algunos libertarios, los propagandistas más autorizados de la idea: Reclus, Kropotlkin, Malato, Mella, Lorenzo, Stackelberg, Grave, Malatesta. Este último, que pasa con razón por ser el más radical de todos, empieza por protestar contra los que niegan la moral.

« No es raro, escribe Malatesta, encontrar anarquistas que niegan la moral. Desde luego, esto es sólo una manera de hablar, significando que desde el punto de vista teórico no admiten una moral absoluta, eterna é inmutable, y que en la práctica se rebelan contra la moral burguesa que sanciona la explotación de las masas y condena todos los actos que perjudican ó amenazan los intereses de los privilegiados. Después, poco á poco, como sucede en muchos casos, toman la figura retórica por la expresión exacta de la verdad. Olvidan que en la moral corriente, al lado de reglas inculcadas por los sacerdotes y los amos, se hallan otras, que forman la parte mayor y más substancial, sin las cuales toda coexistencia social sería imposible; olvidan que rebelarse contra toda regla impuesta por la fuerza no quiere decir de ningún modo renunciar á toda retentiva moral y á todo sentimiento de obligación para con los demás ; olvidan que para combatir razonablemente una moral es preciso oponerle, en teoría y en práctica, una moral superior; y acaban á veces, si les ayudan su temperamento y las circunstancias, por llegar á ser inmorales en el sentido absoluto de la palabra; es decir, hombres sin regla de conducta, sin criterio para guiarse en sus acciones, que ceden pasivamente al impulso del momento. ¡Hoy se privan de pan para socorrer áun compañero; mañana matarán á un hombre para sostener sus vicios!

« La moral es la regla de conducta que cada hombre considera como buena. Se puede creer que la moral dominante en tal época, en tal país, ó en tal sociedad es mala, como efectivamente creemos que es muy mala la moral burguesa; pero no podemos concebir una sociedad sin una moral, ni un hombre consciente que carezca de criterio para juzgar lo que es bueno y lo que es malo para sí mismo y para los otros.

« Cuando combatimos á la sociedad presente, á la moral burguesa individualista, á la moral de la lucha y de la competencia, oponemos la moral de la honradez y de la solidaridad y procuramos establecer instituciones que correspondan á núestro concepto de las relaciones entre los hombres. « Si no fuese así, ¿por qué habría de parecernos injusto que los burgueses exploten al pueblo? »

Con idignación protesta Malatesta, yprot estan con él casi todos los escritores libertarios, contra aquellos que exaltan en el amigo ó el compañero las mismas acciones que reprochan á los privilegiados.

La ignorancia, una educación defectuosa y además las costumbres establecidas, suelen engendrar preocupaciones que se arraigan de tal modo, que aquel que se halla poseído de ellas las defiende á veces con más calor y convicción que si se tratara de principios científicos demostrados. De estas preocupaciones, han resultado una porción de formas relativas á las relaciones sociales de la humanidad. El lazo matrimonial, la patria, la ley, son principios puramente convencionales, pero se les rinde un culto tan ferviente, que han pasado al estado de dogmas.

Y, sin, embargo, nada más contrario á la Justicia, á la Ciencia y á la Naturaleza. Esta preconiza y exige el amor, pero no el vínculo; la

Ciencia aconseja el mutuo respecto entre las entidades sociológicas, pero no puede admitir una moral relativa que varía según los tiempos, los climas y las razas; la Justicia impone el derecho, pero no la ley. Aquél es justo, porque es esencialmente humano; ésta es tiránica porque favorece á unos hombres en perjuicio de otros.

Las únicas leyes que no constituyen tiranía, por estar vinculadas con la Ciencia, son las leyes naturales, á las que nos hallamos todos sometidos, y sin las cuales no existiríamos. Ellas llevan consigo otros tantos derechos : han dado al hombre corazón y sentidos, originándose el derecho de amar; le han dado estómago, originándose el derecho de comer; le han dado cerebro, resultando el derecho de pensar; sensibilidad, con el derecho consiguiente de no dejarla atropellar. Y como sea que todo contrato bisexual que se aparte del amor libre tiene que ser regulado por leyes, y las leyes humanas son contrarias á la Naturaleza, á la Ciencia y á la Justicia, también es contrario á estos tres grandes principios cualquier contrato bisexual, legislado ó legislable.

Asimismo la patria no debe tener más límite general que el Universo, ni más límite particular que las simpatías y las afinidades, nunca unos limites fijados arbitrariamente por leyes elaboradas de un modo caprichoso ó para sancionar un hecho de fuerza y atropello.

En cuanto al dogma moral, ó, mejor dicho, á los dogmas morales, les pasa lo que á las religiones, que su variedad prueba la falsedad de todas.

La viuda del indio será muy moral si se deja quemar viva sobre la sepultura de su marido, y la esposa oriental será inmoral si deja ver su cara por la calle, faltando así á la Ciencia que le brinda expansiones para su organismo, aire puro para sus pulmones y luz solar para la frescura de su cutis y la salud de su cuerpo. ¡ En cambio, en los mismos climas orientales, es un acto muy moral y honroso casarse con una odalisca ya arrinconada del sultán!

La usura es moral entre los judíos é inmoral entre los cristianos, que no por eso dejan de practicarla más que aquéllos si cabe.

Para el propietario es inmoral atacar á la propiedad ajena; para el desheradado es inmoral el detentarla.

En una palabra, lo que es moral para unos es inmoral para otros, y es, por lo tanto, de todo punto ilógico querer que la moral que uno se forma, sea moral para todo el mundo.

Las escuelas á las que puede darse el dictado de revolucionarias proclaman desde luego la abolición de la propiedad individual, reemplazándola por la propiedad de todos y de nadie. La tierra y los instrumentos del trabajo, estando entonces á disposición de quien quiera hacerlos producir, necesitan que los hombres trabajen para poder satisfacer sus necesidades. De esta relación entre la producción y el consumo, se deducen varias formas posibles de organización social, siendo las principales que acepta el socialismo, la forma comunista y la colectivista. Dice la primera : á cada cual según sus necesidades, de cada cual según sus fuerzas. Contesta la segunda : á cada cual según sus obras, de cada cual según su voluntad.

El socialismo libertario puede admitir una ú otra forma, siempre que no se imponga en absoluto y que resulte del contrato libre y revocable entre las entidades que la adopten. Desde este punto de vista, es útilísimo su estudio, con el bien entendido que los resultados que cada cua¡ obtenga podrán ayudarle á tomar en su día su resolución; pero no deberán concretarse en una fórmula dogmática, llamada á convertirse en imposición para individuos, y á veces para localidades entera s.

En cualquier caso en que nos coloquemos, tanto la forma comunista, como la colectivista, son perfectamente compatibles con la Ciencia y la Naturaleza. No ocurre lo mismo respecto de la Justicia. Puestos en el terreno á que nos tiene acostumbrados la presente sociedad, el comunismo es injusto para aquel que considera que el hombre es hijo de sus obras y no de su voluntad. En cambio, el colectivismo será considerado injusto por aquel que ve en el hombre un hijo de su doble organización cerebral y muscular, ¿ Por qué, dirá el primero, han de tener igualmente cubiertas sus necesidades el perezoso y el trabajador? — ¿Por qué, dirá el segundo, han de seguir imperando el privilegio del fuerte y del inteligente, sobre el hombre débil y de cortos alcances?

Ambas preguntas merecen seria reflexión y están muy fundadas colocándose en el terreno del trabajo tal como hoy suele entenderse; esto es, como sinónimo de fatiga, de cosa molesta. Pero resulta que, en la sociedad del porvenir, el trabajo presentará un aspecto muy distinto del que presenta en la actualidad. Hoy el proletario, para poder vivir mal, necesita dedicar al trabajo un número de horas que cansa su organismo debilitado por falta de alimentos y aburrido por la carencia absoluta de los goces intelectuales, artísticos, y científicos á que tiene derecho. Lo que le sobra es la fatiga, lo que le falta es el recreo y la expansión : luego suspira por ésta y reniega de aquélla. En cambio, en la sociedad purgada de explotación y acaparamientos, tres ó cuatro horas diarias bastarán al hombre para cumplir su parte de trabajo que le dé derecho á la realización de sus necesidades. De las 24 horas del día, veinte empleadas en el reposo y las expansiones, harán que las cuatro restantes hallen en el trabajo un recurso, un ejercicio higiénico, una necesidad, tanto más cuanto que cada productor habrá escogido la clase de producción más adecuada á sus gustos y conocimientos. Este es el caso general. En cuanto á los casos particulares, se conpensarán probablemente unos con otros, pues habrá tal vez individuo que no tenga gusto de trabajar ni siquiera cuatro horas; en cambio, podrá haber individuos que, por gusto, por afición, dediquen al trabajo más horas de las que les correspondan.

¿Y será una injusticia que á éste no se le dé un suplemento? No, porque al fin y al cabo no habrá hecho más que satisfacer sus deseos.

Sin embargo, es más que probable que en las libres asociaciones del porvenir, y que en el seno de una misma asociación, se adoptará una ú otra solución, según las circunstancias. Si en una sociedad comunista un hombre reclama una ventaja á cambio de una fatiga que nadie pueda imponerle, pero que representa un beneficio apreciable para la comunidad, y resulta que al hombre, á pesar de la fatiga, le conviene la ventaja tanto como ála sociedad pueda convenirle el producto de la fatiga á cambio de la ventaja momentánea que aquél reclama, lo tiránico sería que existiera un estatuto que privase á una y otra entidad de obrar según su mutua conveniencia.

En igual caso se hallaría una agrupación colectivista que se viera privada de adoptar soluciones comunistas.

El socialismo libertario debe, pues, rechazar los dogmas económicos del mismo modo que rechaza los dogmas politicos. He aquí cómo se expresa el autorizado escritor libertario Anselmo Lorenzo, en su libro El Pueblo, hablando de la sociedad del porvenir y recordando la feliz inspiración de Zola, expresada en su concepción de un mundo regenerado:

« La sociedad futura, según la inducción más racional, se compondrá de multitud de asociaciones unidas entre sí para todo aquello que reclama un esfuerzo común: federación de productores para todos los géneros de producción, agrícola, industrial, intelectual y artística, que se impondrán como finalidad la provisión de todo cuanto se refiere á habitación, alumbrado, calefacción, alimentación, vestido, higiene, asistencia, enseñanza, transporte, etc.; federación de localidades en sus formas de ciudades, caseríos, granjas, colonias ó habitaciones aisladas, que se comunicarán por los medios de frecuente y constante comunicación que puedan producirse merced á las nuevas invenciones que prometen los actuales ensayos de aviación ó navegación aérea ó por los medios actualmente en uso; por último, agrupaciones más extensas aún, que comprendan comarcas ó países según conveniencias ó circunstancias geográficas, y compuestas de personas que trabajen en común á la satisfacción de necesidades económicas, intelectuales y artísticas.

í Todos esos grupos combinarán libremente sus esfuerzos por convenios” recíprocos, á semejanza de lo que practican actualmente las compañías de ferrocarriles y las administraciones de correos de diferentes países, que se entienden y combinan perfectamente para todos los efectos del servicio; ó, mejor aún, corriolos observatorios meteorológicos, los clubs folklóricos ó deportivos, las estaciones de salvamento, etc., que unirán sus esfuerzos para el cumplimiento de obras de todo género de orden intelectual ó de simple recreo.

« La libertad más amplia presidirá al desarrollo de nuevas formas de producción, de invención y de organización; la iniciativa individual recibirá desconocidos impulsos y quedará anulada toda tendencia á la uniformidad, á la reglamentación y á la centralización.

« Por último, esa sociedad no se fijará en formas determinadas é inmutables, sino que se modificará incesantemente en busca de lo mejor, de lo más bello y de lo más justo, porque será un organismo viviente y en evolución constante. »

Pasando ahora á los dogmas religiosos, vemos que todos ellos son contrarios á la Justicia, por que, de un modo más ó menos encubierto, preconizan la desigualdad social.

Son contrarios á la Naturaleza, porque ésta tiene sus leyes inmutables, y todas las religiones pretenden contrariarlas, ora afirmandola realidad de los milagros, ora suponiendo la existencia de mitos que pueden más que dichas leyes.

Son también contrarias á la Ciencia todas las religiones, porque suponen la fe, que consiste en creer á ciegas todo lo que se supone revelado por seres sobrenaturales, así se hallen las supuestas revelaciones en contradicción con las verdades científicas adquiridas y con la observación de los fenómenos.

En resumen, el socialismo libertario no es sólo la negación de los dogmas políticos y religiosos, sí que también de los dogmas económicos y sociales, dejando á la Sociología matemática el cuidado de determinar en cada caso, en cada región y en cada época, el modo de establecer las relaciones recíprocas entre las diversas colectividades y entre las distintas unidades de una misma colectividad.

Aunque lo que precede es exposición de doctrina anti-autoritaria, y, por consiguiente, anárquica, he preferido designarla con el nombre de socialismo libertario. Creo que el que profesa más cariño al ideal que á una palabra, debe renunciar á ésta cuando, aunque sea equivocadamente, se le ha dado generalmente una significación tal, que su empleo sólo perjudica á la idea que se trata de defender.

En su artículo « No importa », escrito en la Cárcel Modelo de Madrid, y publicado en un periódico de Barcelona, escribía Ferrer Guardia, el valiente fundador de las Escuelas Racionalistas de España : « Asusta la palabra anarquista, porque no se vé en ella más que bombas, explosiones y derramamiento de sangre inocente. »

Es verdad, y no es esta la única palabra á la que seda vulgarmente una interpretación distinta de la que realmente tiene. El Cinismo es la doctrina de los que desprecian las riquezas, se ríen de los convencionalismos y sólo rinden culto á la virtud. El Egoísmo tiende á asegurar la felicidad del individuo y la conservación de la especie.

¿Quién desconoce la bondad de semejantes doctrinas? y, sin embargo, ¿quién consiente en dejarse llamar cínico ó egoísta?

Del mismo modo, y para que no le tomen por lo que no es, opino que debe renunciar el socialista libertario á seguir llamándose anarquista.

(1) Salvo ligerísimas modificaciones y la adición de un resumen, este estudio es la reproducción exacta de un trabajo del autor, que fué premiado en el Certamen Socialista celebrado en Barcelona en 1889. Las conclusiones de dicho trabajo fueron entonces aceptadas, y creo que siguen siéndolo, por la inmensa mayoría de los obreros españoles que prescinden de toda preocupación sectaria. Es, pues, posible, que represente en la actualidad la aspiración latente del proletariado consciente español. — (N. del A.)

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