Ideario — Obras de R. Mella — I

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DOCTRINA

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DOCTRINA

El socialismo anarquista

Prolegomenos

Decise por aquellos adversarios del anarquismo más abiertos a las ideas radicales que esa doctrina es hasta ahora « un conjunto de hermosos jirones sin trabazón sistemática » y se pide de continuo el plan completo de reorganización social según las ideas del socialismo anarquista. Se exige, como a las demás ideas políticas, el diseño minucioso del porvenir, sin que falte el menor detalle, obedeciendo sin duda al hábito de dictar leyes y fórmulas al mañana y olvidados seguramente de que la sociedad no es un edificio que se construye según la voluntad y la ciencia de un arquitecto único.

Aquellos partidos que afirman la necesidad de un órgano directivo y que aspiran a conquistarlo para realizar su plan particular de reorganización pública, vienen obligados a formular ante las gentes sus propósitos para el porvenir, porque solicitan de la sociedad delegaciones de poder que teóricamente no se confieren sin el previo conocimiento del uso que trate de hacer del poder. En principio la sociedad deposita su confianza en aquellos que mejor aciertan a traducir sus deseos. Prescindamos de la realidad, bien contraria a la teoría.

Pero ¿cómo exigir de quien no solicita ni quiere el poder, de quien niega la necesidad de órgano alguno de dirección social y proclama la capacidad del pueblo para proceder por su cuenta sin ningún género de tutela; cómo exigirle que prescriba a los hombres del día siguiente la forma concreta en que han de traducir su capacidad para convivir libremente?

Tal pretensión arguye desconocimiento de la doctrina. La idea anarquista es negación terminante de toda sistematización dogmática. Presupone la libertad sin reglas, la espontaneidad sin trabas. No es simple negación política, sino filosofía completa que explica los hechos y sus causas, que estudia los fenómenos y las ideas sin salirse de la relatividad de todas las cosas, que resume, en fin, la experiencia y la ciencia — en realidad son una misma — en un conjunto armónico de adquisición ideal y práctica al propio tiempo. Su método de investigación positiva es la antítesis del doctrinarismo religioso, político y filosófico.

Niégase filosofía al anarquismo porque su método no se funda en prejuicios ni admite nada a priori; porque aun del positivismo científico no retiene sino lo que la demostración ha establecido incontestablemente y rechaza todo lo que contiene de sistematización doctrinal, no queriendo hacerse solidario de inducciones que el tiempo y la experiencia pueden destruir. Pero ¿carece en realidad de método filosófico, que es todo lo que la ciencia puede exigir?

Todos los sistemas y escuelas doctrinarias descansan o en un principio establecido a priori — metafísica — al que sujetan todas las deducciones y con el que construyen el edificio de su ciencia arbitraria, o bien derivan de la experiencia a posteriori — método filosófico propiamente dicho — un principio general con el que se construye la armazón sistemática de determinadas doctrinas y a cuyo ritmo se sujeta la investigación, dando de bruces en el dogmatismo. En los dos casos se pone diques a la dirección del pensamiento, encarrilándolo hacia fines predeterminados en el supuesto de que estos fines contienen necesariamente la verdad que se busca. La propia ciencia cuando no halla explicación a los fenómenos o se muestra fácil a las generalizaciones por el procedimiento arbitrario de las analogías, ensaya a priori teorías que se truecan prontamente en dogma y el dogma en error que obra en el tiempo como elemento negativo de acción y paraliza o dificulta la explicación verdadera de los hechos.

Y ha sido y es tan fuerte la educación filosófico-dogmática de los hombres, que estos propenden siempre a la unificación caprichosa de los hechos y de las ideas; y así no hay rama de los humanos conocimientos que no contenga multitud de divisiones, de sistemas, de escuelas y de doctrinas contradictorias. Las ciencias naturales no se han purgado todavía de esta tendencia, totalmente, pues que explican muchos fenómenos de muy distinto modo, no ya en épocas diferentes, sino en un mismo tiempo. No es necesario citar autores y teorías. Una mediana cultura da pleno conocimiento de las divisiones doctrinales, filosóficas y científicas.

El socialismo anarquista sigue, como ya hemos dicho, su propio método, opuesto a todo dogmatismo, y no establece a priori principio alguno; no generaliza los comprobados a posteriori sino hasta donde lo permite la ciencia adquirida, y no se presta a la sistematización cerrada de los conocimientos negándose a toda aventura filosófica porque entiende que la ciencia es un cuerpo de conocimientos en continua formación cuyo ciclo no se cerrará jamás.

Por eso, en la contienda de espiritualistas y materialistas, por ejemplo, rechaza justamente ambos dogmas. Hay en la investigación de los fenómenos un punto donde toda doctrina flaquea: es aquel punto en que los linderos de lo absoluto se presentan cortando el paso a nuestra limitada inteligencia. Cuando el materialismo, saliéndose de la ciencia, intenta franquearlos, toca a lo arbitrario, y en este momento preciso es cuando la filosofía anarquista se diferencia fuertemente de la dogmática. Se queda con el inmenso arsenal de los conocimientos científicos que forman el bagaje del materialismo y se aleja de cualquier intento de explicación metafísica que trate de cortar el nudo más bien que deshacerlo. No se satisface con los fáciles decretos de la pseudociencia.

Del mismo modo no se suma el anarquismo a ninguna otra escuela ni deja que se le encasille en el sensualismo, en el positivismo, en el idealismo, etcétera, en cuantos significan doctrina cerrada, método de exclusión. No desconoce el importante papel que en la vida representan los sentidos ni olvida que la idea, a su vez, es esencial al desenvolvimiento del individuo y de la humanidad; reconoce que todos los fenómenos se verifican siguiendo direcciones precisas y en condiciones determinadas; que la naturaleza no pertenece al capricho ni a lo arbitrario; afirma como objeto de la vida el placer y la comodidad para el cuerpo, para la sensibilidad y para la inteligencia; posee por la ciencia la certeza de que el Universo, desde el más microscópico de los seres hasta las inmensas moles que innumeras recorren el espacio, es una cadena estrechamente tramada de causas y efectos en perpetua y múltiple conexión; pero aborrece el exclusivismo enfático peculiar al dogmatismo de estas escuelas y no quiere con ellas resolver de plano, bajo un punto de vista particular, el problema de un más allá tanto más lejano para el hombre cuanto más se le aproxima en sus adelantos y en sus conquistas. Por esto no entran en su filosofía las fáciles generalizaciones de tales escuelas; no entra la sistematización de elementos del conocimiento cuya trabazón es puro artificio cerebral; no entra la caprichosa unificación del Universo en un solo fin y en un solo propósito, porque en este punto otra vez la metafísica trata de salvar los abismos que separan lo cognoscible de lo incognoscible, lo puramente relativo de lo absoluto. Para la filosofía anarquista no hay una verdad inmutable, una justicia inmutable, una ciencia absoluta, sino verdades que varían en el tiempo y en el espacio, concepciones relativas de la justicia y parciales realizaciones de la ciencia. Si tal verdad o justicia o ciencia absoluta existieran, careciendo los hombres de medios para descubrirlas y verificarlas, su existencia sería nula y de ningún efecto para la humanidad. Que el hombre se forje estas concepciones absolutas, que conciba, sin determinarla ni definirla, la idealidad de lo perfecto, no autoriza la afirmación de su existencia como hecho real tras el que debamos correr inútilmente sin tregua ni descanso.

El positivismo moderno es buen ejemplo de cómo se cae fácilmente en el dogmatismo, aun cuando se trate de sistematizaciones científicas. Se ha verificado que el desenvolvimiento biológico sigue ciertos particulares modos de evolución. Y apenas verificada esta conquista de la ciencia se ha intentado a porfía generalizar la evolución lanzándose algunos a contribuir por analogía la evolución de la sociedad, la evolución de las instituciones, la evolución de las costumbres, conforme a puntos de vista particulares y sin cuidarse de otra cosa que de acomodar los hechos a las teorías en lugar de acomodar éstas a aquéllos. A la hora presente la teoría evolucionista es el dogma filosófico y científico que se impone en los dominios del saber, de tal modo que, por una reversión muy explicable en los dominios de la metafísica, ha venido el positivismo a reconstruir, bajo nuevas formas, la antigua teología y estamos en riesgo evidente de una moderna escolástica. Las viejas cuestiones de lo relativo y lo absoluto, de Dios y el mundo, de la materia y el espíritu, del libre albedrío, etc.…, renaciendo con nuevos bríos han permitido que la fatuidad reaccionaria haya cantado la bancarrota de la ciencia.

Por la educación recibida, el pensamiento no se satisface sino con ideas definitivas, con estados definitivos, trasunto de sistemas cerrados que la humanidad no suministra y son simple producto de la abstracción cerebral fácil al dogma de los saltos mentales. Y no se satisface el pensamiento, porque no habiendo sido educado para confesar su impotencia no obstante su ilimitación imaginativa, salva arrogante los más formidables obstáculos a trueque de decretar ufano la consumación de todas las cosas en la concepción única, inmutable y eterna de su fantasía privilegiada.

Mas ¿son científicamente racionales las ideas y los estados definitivos? ¿No es contradictorio con el estado de perpetuo movimiento de la energía universal ese otro pretendido estado definitivo de las ideas, ese prurito de las sistematizaciones en que arbitrariamente se encierra toda la vida y todas las manifestaciones de la vida?

El anarquismo se da buena cuenta de esa contradicción y por ello no sistematiza, no tiene dogma y carece ciertamente de metafísica, no de filosofía. Su filosofía arranca de este principio por doquier demostrado: la ciencia es un cuerpo de conocimientos en perpetua formación. Nada hay en ella definitivo, de un modo absoluto; nada que a manera de enciclopedia comprenda el Universo entero y sus fenómenos. Es «un conjunto de hermosos jirones» agrupados parcialmente según relaciones bien establecidas, pero «sin trabazón sistemática» que abarque todo el conjunto de los hechos y las ideas. Y esta filosofía tan pertinazmente negada al anarquismo, que no es una idea definitiva, sino la iniciación definitiva del libre desenvolvimiento de las ideas y de las cosas, esta filosofía es lo único positivo que puede entresacarse de la inmensa labor científica de los hombres. De todos sus libros, de todas sus contiendas, de todos sus sistemas, de todos sus particularismos de escuela, de todas sus diferencias doctrinales, brota con singular persistencia la característica común atribuida por nosotros a todas las investigaciones: la relatividad de los acontecimientos que en hermosos jirones prueban lo absurdo de cualquier sistematización definitiva.

El anarquismo, que recoge esta resultante común y labora por ensanchar el campo de los conocimientos, se coloca en el firme del método puramente científico. La experiencia ha probado que cuando se traspasan los linderos de esta resultante común, se cae necesariamente en la metafísica de lo absurdo y entonces la investigación marcha sin rumbo por los libres espacios de la imaginación.

Confesamos preferentemente nuestra impotencia intelectual para traspasar aquellos límites y no decretamos neciamente que las cosas sucederán con arreglo a nuestra fantasía, vagando por los laberintos de lo desconocido.

No ofrecemos esquemas del porvenir porque no propagamos ideas predeterminadas. Nuestros ideales son la resultante experimental de cada momento, en vista de los hechos pasados y presentes que afirman la eliminación del mal conocido para el porvenir.

¿Cierra esta filosofía el paso al desenvolvimiento de nuestras facultades y se niega a la afirmación de mejores métodos de convivencia humana?

No es necesaria al desenvolvimiento de las facultades del hombre la metafísica. Es, por el contrario, fuerte obstáculo. Cuando el cerebro se llena de las vaguedades de lo desconocido, pierde la verdadera noción de la realidad. Las quintas esencias de lo absoluto son la antesala de la demencia. Los individuos de constitución excepcional que resisten la tendencia patológica de ciertas investigaciones, hacen muy grandes obras de gimnasia intelectual, pero nada de provecho, nada efectivo y útil para sí y para sus semejantes.

De los prolijos estudios de la metafísica y de la teología no se han podido deducir jamás resultados universales y mucho menos prácticos; las conclusiones de la ciencia actual son contrarias a la pretendida utilidad de tales estudios.

Para el desenvolvimiento de nuestras facultades, especialmente las intelectuales, se requiere estudio serio y continuo de la naturaleza, análisis minucioso de los hechos y las cosas. En lugar de correr tras las fantasías del noúmeno, tras la ilusoria penetración de la íntima naturaleza de los seres vivientes, es necesario educar el cerebro en la inquisición de los fenómenos, en el examen de todas las manifestaciones reales de la vida, comenzando por los más pequeños e insignificantes sucesos para concluir por las amplísimas series de causas y efectos que explican el general funcionamiento del Universo. Las ciencias naturales hacen grandes progresos por medio de este método. La economía, la sociología, la filosofía propiamente dicha, avanzarán resueltamente el día en que a este método se plieguen, purgándose de toda tendencia trascendente.

A este fin propone con fuerza el socialismo anarquista y por ella afirma en primer término la necesidad de que todos los hombres puedan desenvolverse ampliamente, estudiando a este objeto nuevos métodos de convivencia social.

Sus principios fundamentales son, en resumen, los siguientes:

1º. Todos los hombres tienen necesidad de desarrollo físico y mental en grado y forma indeterminada;

2º. Todos los hombres tienen el derecho de satisfacer libremente esta necesidad de desarrollo;

3º. Todos los hombres pueden satisfacerla por medio de la cooperación o comunidad voluntaria.

Razonemos brevemente.

Cada individuo nace con determinadas condiciones de desarrollo, sean o no susceptibles de determinación. Por el hecho de nacer, y de nacer con aquellas condiciones, tiene necesidad, o en términos políticos, tiene el derecho de desenvolverse libremente. Cualesquiera que sean las condiciones en que se coloque, su organismo entero propenderá a expansionarse en todas direcciones. Querrá conocer, saber, ejercitarse, gozar; querrá sentir, pensar y obrar en entera libertad. La necesidad de todas estas cosas es su propio ser. Si se limitara su crecimiento físico por medios cualesquiera, todo el mundo calificaría este hecho de verdadera monstruosidad. Si se limita su desenvolvimiento sensitivo, intelectual o moral, deberá en buena lógica decirse otro tanto. No ocurre así en nuestros días. Mas, no obstante, el principio es evidente, pues de cualquier manera que se constriña la expansividad del organismo humano, monstruosidad se comete. El hombre, todos los hombres tienen necesidad, por naturaleza, de desarrollo físico y mental; tienen socialmente derecho a este desarrollo.

¿Cómo traducir a la práctica este principio?

La tradición nos ha legado sus reglamentos, impuestos primero por la voluntad del príncipe, remachados después por el derecho divino de los parlamentos mediante el escamoteo de la soberanía individual.

Algunos hombres han querido y quieren todavía que cada uno se mueva al compás impuesto, piense con arreglo al metro de arbitrarias legislaciones, sienta al diapasón de la música gubernativa y obre con arreglo al patrón único de la sapiencia oficial. De hecho, lo que querían y quieren es que la multitud no sienta, ni piense, ni obre nunca por su propia cuenta y por su propia voluntad. La teoría se ha inventado para los inferiores, para los que nacen y viven y mueren en la dependencia de la astucia política y de expoliación económica.

Nadie ha probado la necesidad ni la justicia de esta subordinación de la naturaleza a los caprichosos reglamentos de algunos hombres, ni más ni menos hombres que el resto de los humanos. Tanto valdría probar la necesidad de que los astros se movieran a nuestro antojo o de que la sangre circulara por las arterias según un plan particular nuestro.

Todo el Universo se desenvuelve conforme a condiciones particulares suyas en conexión con otras condiciones de ambiente y relación. El hombre no es más ni menos que un elemento del Universo con sus condiciones de relación y ambiente. Estas condiciones son objeto de estudio para la ciencia; sería absurdo, aun conocidas, codificarlas; demencia, codificarlas sin conocerlas.

Toda contradicción a las llamadas leyes de la naturaleza lleva consigo el correctivo adecuado. Quien abusa de su fuerza física, quien se excede en el gasto de sus energías, halla el correctivo en el aniquilamiento de su organismo, en la anemia y en la tisis. Quien no administra bien su fuerza cerebral, paga con la impotencia el derroche de su fuerza. Superfluos son todos los reglamentos que sancionan estos principios. Dañosas todas las leyes de los hombres que a ellos no se conformen.

Dentro, pues, de las autonómicas condiciones de cada existencia individual, el hombre todos los hombres son libres de satisfacer sus necesidades de desenvolvimiento.

¿Supone esta afirmación que el hombre puede por sí mismo subvenir a todas aquellas necesidades?

De ningún modo. No es menester que hagamos excursión alguna por los dominios de la historia y de la sociología para probar que de la impotencia del individuo aislado ha surgido la comunidad de los hombres, ha brotado lo que se llama sociedad. Aun cuando la existencia individual es posible fuera de la comunidad, no es cuestionable la ventaja de ésta por lo que ensancha la esfera de acción de aquél y por los beneficios que le reporta.

Por eso cuando decimos que todos los hombres pueden satisfacer libremente la necesidad de integral desenvolvimiento, agregamos la petición de principio: «por medio de la cooperación o comunidad voluntaria».

La cooperación forzosa es el medio de convivencia social practicado casi universalmente. Bajo distintos nombres, se ha considerado y se considera necesaria la esclavitud de la mayoría de los hombres para la producción de las cosas indispensables a la vida. Poco importa la proclamación de la libertad del trabajo, porque con el nombre de proletario el esclavo perdura. Es que carece de propiedad en nuestras sociedades individualistas, vive obligado a someter su libertad y su fuerza productora al que mejor le pague. El salario es el precio de la servidumbre. Se contrata actualmente en el mercado público al jornalero poco más o menos como se contrataba al esclavo. Si la demanda sobrepuja a la oferta, el obrero puede hacerse pagar regularmente el alquiler de la fuerza. Si la demanda es inferior a la oferta, el precio del alquiler baja y queda a unos cuantos la libertad de despedazarse en la disputa por el apetecido mendrugo. Los más deben resignarse a perecer de hambre. Tal es el resultado efectivo de las conquistas democráticas.

No preguntaremos a los hombres de ideas radicales por qué contradicen en la práctica lo que teóricamente afirman. La inflexible lógica del individualismo imperante es más fuerte que todas las filosofías fraternitarias.

Pero es necesario evidenciar continuamente por qué los más hermosos principios resultan en la vida ordinaria impracticables.

Se ha afirmado la libertad como una cosa legislable, como una bella fórmula perdida entre la hojarasca ampulosa de la literatura política. Se ha afirmado la igualdad como una ecuación impuesta a la realidad por la sola virtud del rigorismo de sus términos. Se ha afirmado la fraternidad como la mística aparición de sentimientos novísimos cuya propiedad inmaculada consistía en limar, por arte de magia, todas las esperazas de la vida común. Y no se ha tenido la resolución de llegar hasta el fondo verdadero de estos principios, no se ha tenido el valor de traducirlos en hechos. La humanidad se contentó con las palabras y se pasa sin su bello contenido.

La propiedad y el gobierno, el antagonismo de intereses y la desigualdad de condiciones, todo subsiste a través de tremendas sacudidas revolucionarias y anula las afirmaciones de la democracia. Es menester llegar al socialismo para percatarse de que la libertad es un mito sin la cooperación voluntaria entre los hombres; que la igualdad es un contrasentido sin la destrucción de la propiedad individual: que la fraternidad es imposible sin la desaparición previa de cuanto en la lucha cuotidiana pone a unos hombres enfrente de los otros. Es menester llegar al anarquismo para advertir cuán radicalmente cualquier sistema de gobierno de unos hombres por otros imposibilita toda solución de igualdad y de libertad y cierra el paso al porvenir.

La libertad efectiva de sentir, pensar y obrar en sociedad con entera independencia, no es traducible prácticamente más que por la facultad común a todos los hombres de poder cooperar según su voluntad a los fines que puedan o requieran proponerse. Esta facultad supone necesariamente la igualdad de medios, cuya expresión completa es la comunidad de todas las cosas, formulada, metodizada según las opiniones, las tendencias y las necesidades de los asociados. La fraternidad solamente puede producirse a medio de la identidad de los intereses.

Deja al hombre en libertad de asociarse y cooperar voluntariamente a todos los fines de la vida; hazle posible la adopción de los medios indispensables a la realización de aquellos fines, y el hombre, todos los hombres, podrán dedicarse y se dedicarán de hecho a la producción de cuanto sea necesario a su integral desarrollo.

El método de la cooperación forzosa ha hecho que la mayor parte de los humanos se vea constreñida a trabajar bestialmente para que unos cuantos puedan permitirse el lujo de rebasar los términos de todo desarrollo necesario. El método de la cooperación voluntaria hará que todos los hombres se consagren espontánea y solidariamente a la producción racional de cuanto sea indispensable a la existencia. La naturaleza, que puso al lado de las necesidades la fuerza productora, obrará por mil organizaciones coercitivas y empujará al trabajo, al ejercicio útil de la fuerza, mejor que cualquier género de coacción organizada.

Lleguemos hasta el fin o será preciso borrar del programa de las aspiraciones humanas las palabras que tantas veces han llevado a los hombres de generosos sentimientos al sacrificio de su existencia en beneficio de sus semejantes y en holocausto a sus anhelos de justicia.

Si, pues, en conclusión no damos esquemas del porvenir establecemos en cambio los principios fundamentales de una nueva práctica, libre a todas las iniciativas y a todas las experiencias, cuya resultante será el producto del estado de desenvolvimiento de los hombres en cada momento de tiempo y en cada lugar de espacio.

  • R. Mella, “El socialismo anarquista—Prolegómenos,” La Protesta Humana 4 no. 92 (September 2, 1900): 1. [2nd half]
  • Ricardo Mella, “El socialismo anarquista.—Prolegomenos,” Natura 1 no. 17 (June 1, 1904): 260–263.
  • Ricardo Mella, “El socialismo anarquista.—Prolegomenos,” Natura 1 no. 18 (June 15, 1904): 279–281.

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