Ideario — Obras de R. Mella — I

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ENSAYOS FILOSÓFICO-LITERARIOS

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Diálogo acerca del escepticismo

— Nada, amigo mío; que las ideas hechas son una verdadera calamidad. Están en la circulación como las patatas, como los zapatos, como las letras de cambio, y parecen indispensables. Ellas son las útiles de las inteligencias mecanicistas. Y claro, no resulta comprensible aquel que no se acomoda a los preconceptos usuales. Es un monedero falso que perturba la circulación.

— Pues a mí me parece que el escéptico no distingue de valores y los acepta todos aunque no crea en su legitimidad. El hombre sin creencias, no digo sin fe, que es ciega, resulta realmente incomprensible y repugna desde luego al buen sentido que acierta reputándolo

— No hablemos del escéptico vulgar, del hombre degradado que tiene del escepticismo las plumas brillantes y de la corrupción la entraña. No hablemos tampoco del escepticismo de escuela. En el sentido corriente de la palabra, escéptico es el hombre culto cuyos distintivos son un fuerte espíritu de análisis y la rebeldía el encasillamiento intelectual. Las gentes ilustradas, así entre las clases pudientes como entre las menesterosas, propenden cada vez más a la duda y tienen el furor de examinarlo todo continua y porfiadamente. Las creencias están en bancarrota.

— Bien, lo que quieras; pero aún así el escepticismo es dañoso porque mata el espíritu de iniciativa y de acción. Hombre sin idea directora es como ciego sin guía. Camina a tientas, vacila y, en fin de cuentas, no sabe nunca si avanza, retrocede o se está quedo. Conoce e ignora a un mismo tiempo todas las cosas y permanece inactivo, incapaz de decidirse. El escéptico es un aborto.

— Un tantico extremas el argumento. Observa que la distinción entre la fe y la creencia es pura sutileza. Una creencia cualquiera nos pone fuera de la realidad del resto del mundo. Todo lo que no cae dentro de la creencia se tiene por falso y por irreal. El creyente, como el hombre de fe, reputa disparatado cuanto no se ajusta a los cánones de su dogma, o de su idea directora, si lo prefieres. El es el verdadero ciego. Cierto que tiene un guía. No ve por sus propios ojos sino por los del guía. No puede caminar ni obrar más que en la dirección que se le impone. No puede elegir ni deliberar, aunque se imagine lo contrario. Esta irremisiblemente perdido para la libertad. De aquí la razón del escepticismo. Fíjate en la enorme resistencia que las creencias oponen a toda idea nueva, a toda verdad descubierta.

— Barrunto que te hallas en trance de no creer ni en ti mismo. ¿Cómo no te haces cargo de que de todos modos ciegos somos y estamos necesitados de brújula que nos oriente, de algo que nos dirija? La razón -¿cómo no?- puede darnos la certidumbre o en su defecto la idealidad nos conducirá en el laberinto de la vida, mientras que tu escéptico famoso no haría sino perderse en él. Medita y verás que nuestra limitación física e intelectual implica esta misma limitación directriz. Es necesario vivir de algo y para algo.

— ¡Ay, amigo, cuántas veces nos ha engañado la razón! No es que yo la niegue. Es tanto el instrumento obligado de toda investigación y de toda sabiduría como la única autoridad para el individuo. Fíjate: digo que no es su único guía aunque sea su único rey, su único dios, su único todo. La razón sola, solita, ha engendrado los innumerables errores históricos y contemporáneos. Espero que no creerás en el estupendo milagro de que un puñado de vivos fuera el inventor del embuste religioso, del embuste político y del embuste económico, ni que una piña de sabios tuviera la ocurrencia feliz de darnos gato por liebre llenando el mundo de atrocidades científicas. Todos en ellas pusimos nuestras pecadoras manos. Las razones de los millones de hombres que fueron y que son, elaboraron y elaboran ahora mismo la enmarañada trama de las falsedades en que vivieron y vivimos. La razón distingue muy mal las buenas de las falsas monedas. En busca de aquéllas, anda siempre rica de éstas. Debo agregar que precisamente ocurre así por su empeño en darse valores fijos e inmutables y descansar tranquila de las pícaras y fatigosas investigaciones. Los valores fijos e inmutables son las creencias, las ideas hechas. Creer es más fácil que averiguar. ¡Y es tan cómodo decretar la certidumbre, creerse en posesión de lo absoluto verdadero!

— Largo y metafísico es tu discurso. Propendes, quieras que no, a anular la razón. Si no quieres que la verdad vaya envuelta casi siempre con mil errores, inventa una razón nueva, infinita, absoluta. Ya ves que también yo metafisiqueo. Limitados somos, limitada es la razón. Sus esfuerzos por desenmarañar el misterio de todas las cosas, constituyen la historia entera de la humanidad. El futuro se compondrá también del desenvolvimiento triunfante de esfuerzos sucesivos. Y de aquí no hay posibilidad de salir. Poco a poco se llegará a destruir errores, descubrir verdades. Las ya descubiertas dan el presentimiento de otras nuevas que son nuestros guías. Sin esto caminaríamos a tontas y a locas.

— No quiero, no, anular la razón. Pero no la admito como soberano absoluto. De aquí a la infalibilidad no hay más que un paso. La verdad no reside en ella sino en la Naturaleza. Y la Naturaleza no sabemos que sea un silogismo. Sabemos que allí está, para nosotros por lo menos, toda la realidad, toda la verdad, toda la ciencia. No sale la realidad de la lógica, sino la lógica de la realidad. La razón investiga, penetra trabajosamente la Naturaleza y se da leyes, ideas. A lo mejor se figura haber creado lo que no ha hecho más que descubrir con mil fatigas, y he aquí a nuestro soberano absoluto dictando reglas hasta el mismísimo Cosmos. Te digo, en verdad, que la razón nos hace muchas veces un flaco servicio. ¿No te parece más de acuerdo con tus propias ideas que la llamemos al orden reduciéndola a la experiencia y al conocimiento real de las cosas, sin perjuicio de que divague todo lo que se le antoje siempre que no nos dé gato por liebre? También puede divagar el escéptico. Acaso divaga más que el creyente. Todos los caminos se abren ante el escéptico. Todos, menos uno, se cierran ante el creyente. Pero el escéptico no se deja dirigir, imponer por ninguna creencia. Está siempre a disposición de la verdad próxima. El creyente no. Tiene que vencer antes la resistencia de las ideas

— Si reduces la razón a la experiencia y a la realidad, matas al genio creador de la humanidad, aniquilas la intuición, acabas con las invenciones maravillosas, con los prodigios imaginativos trocados luego en hermosas realidades. Deja que la razón poetice. Sus desvaríos son con frecuencia su En la razón misma has de buscar el freno al error. La realidad, harto deleznable tantas veces, es inferior a la razón forjadora de ilusiones que si no son verdades deberían serlo. Déjanos el consuelo de la ficción creadora. Hay que vivir de algo y para algo.

— Eres incorregible idealista. La humanidad está enferma de sentimentalismo. Tú también. Acaso yo y los propios y mayores escépticos. ¡Qué empeño en vivir de quimeras y para quimeras! Puede que sea fatal la vida del ensueño mientras la realidad nos apremia y nos acorrala. La humanidad, ¿no podrá subsistir sin idolillos, sin estatuas, sin genios, sin delirios, sin héroes, sin mártires? Por lo menos que no se haga esclava de ellos y sea luego lo que quiera. He ahí porque creo que debemos llamar al orden a la razón, demasiado ensoberbecida de su propio

— Convendrás conmigo, por lo menos, en que persiguiendo idealidades es como camina el mundo.

— Sí; convengo en ello. Pero escucha: tú y yo militamos a favor de ideas radicales que arrancan de un mismo tronco; nos hemos dejado encasillar o nos hemos encasillado nosotros mismos, para el caso es igual. ¿Cuántas veces no has sentido el encierro de este encasillado? ¿Cuántas veces no te has visto obligado a desfigurar, a callar la verdad, tal como se presentaba a tu propia razón? Yo te aseguro, sinceramente, que he sentido muchas veces el aprieto de esos ataderos y me he declarado y me declaro rebelde aun dentro de las más grandes rebeldías. No se es mentalmente libre sino cuando no se obedece a ninguna

No lo niego; pero creo que es imposible el estado mental que tan fieramente

El autor interviene y dice:

Aun el más férvido creyente tiene sus horas de vacilación y de duda. ¡Gusta tanto al pensamiento volar libremente!

Aun el mayor escéptico acaricia idealismos tal vez irrealizables. ¡Es tan grata la ilusión de lo bello!

En los extremos opuestos, el creyente más ciego debe esforzarse por abrir bien los ojos y el escéptico más empedernido orear su alma con la brisa del ensueño. Si no lo hace, caerá el primero en el fanatismo, la forma más degradante de la esclavitud intelectual; y el segundo en la corrupción, la forma más abyecta del libertinaje.

Un cerebro libre de prejuicios, mejor libre de todo elemento directriz, y una idealidad sana, dentro de la Naturaleza, conciliaría noblemente las distintas tendencias que, en suma, dividen a los hombres.

  • Acción Libertaria, núm. 27, Gijón 14 de Julio de 1911.

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