Ricardo Mella, “Tolerancia e intransigencia” (1889)

The essay frequently referred to under the title “La anarquía no admite adjetivos” seem to actually be “Tolerancia e intransigencia,” which appeared in La Solidaridad on January 13, 1889. The scans of La Solidaridad available online are damaged, so it is only possible to read parts of the essay, but, supplemented by an excerpt on another site—and under another name—it has been possible to reconstruct most of the text. Readers will notice that, while the famous phrase about anarchy and adjectives expresses a thought in line with other parts of Mella’s work, it actually appears as part of a claim asserted by the enemies of “collectivist anarchism:”

La anarquía – dicen – no admite adjetivos, porque esto equivaldría a calificarla, a determinarla.

Mella’s response is interesting.

Anarchy – they say – does not admit adjectives, because this would amount to qualifying it, to determining it. And immediately afterwards these comrades will speak of political freedom, of economic freedom, of absolute freedom as if anarchy and freedom were not synonymous and as if what it admitted by one would be rejected by the other. They forget, first of all, that there are adjectives that ratify rather than qualify the noun that accompanies them, and even grammar does not intervene in these determinations of use and custom. They forget, in the second place, that anarchy does not involve more than one part of the solution of the social problem and that, therefore, it is necessary to coordinate with it, to harmonize, so to speak, the second part of the question with the principles of freedom that we proclaim.

I’ll add a full English translation as soon as other tasks allow and will hopefully be able to get my hands on a complete copy of the essay sometime in the near future.


TOLERANCIA E INTRANSIGENCIA

Todas las escuelas, todas las doctrinas, todos los sistemas así políticos como religiosos han minados constantemente pardos tendencias bien opuestas, la tolerancia y la intransigencia. Generalmente el fanatismo por las ideas y ciertos temperamentos violentos han sido la base principal de la intransigencia. Las conciencias verdaderamente libres, la bondad de carácter han sido con frecuencia los acicates de la tolerancia.

Divididos los pueblos en partidos y bandos que se disputaban la supremacía de un dogma cerrado, absoluto, la división de tolerantes é intransigentes era natural, inevitable. La fe ciega en el dogma fomentaba la intransigencia; la convicción razonable, la tolerancia.

Hoy la cuestión reviste caracteres muy distintos. Aun las ideas mas dogmáticas, mas absolutas, no prevalecen sino es a trueque de someterías a la critica libre, de sujetarías a discusión, negando así su absolutismo intransigente. Los vientos de la revolución han echado por tierra las fortalezas del dogma y sus fundamentos. Nada prevalece en la impenetrabilidad absoluta, en el dogmatismo inexpugnable. Nada hay en el orden de las ideas que se mantenga firme en las alturas de lo indiscutible. Nada que permanezca envuelto en las nebulosidades del misterio. El arca santa del dogma se ha resquebrajado por todas partes y la penetrante mirada del critico, del filosofo, del hombre de ciencia penetra audaz por todos sus resquicios, y por sus boquetes formidables.

La revolución haciéndose anti-dogmática ha cambiado radicalmente los términos de la cuestión.

La tolerancia es no principio de fraternidad y de educaron. La intransigencia es un producto de la conciencia. Tolerancia para todas las opiniones, esto es, fraternidad entre todos los hombres. Intransigencia para todos los actos, esto es, conciencia en todas las cosas, responsabilidad universal y moralidad individual y colectiva.

La tolerancia es un principio de fraternidad parque affirma el libre examen de todas los ideas y excluye su aspecto dogmático, porque estrecha los lazo humanos al admitir […]

[…]

nos de igualdad indispensables à la soberanía individual y colectiva; sometemos à la critica todas las ideas y todas los cosas y somos tolerantes para todas las tendencias y doctrinas como producto de osa misma conciencia individual cuya soberanía, cuya libertad proclamamos.

Ser tolerantes es para nosotros tan natural come ser libres. Reclamamos la libertad total para el ser humano, y la tolerancia ante sus manifestaciones, sus ideas y sus procedimientos es una consecuencia necesaria. La fraternidad es así para nosotros cosa bien sencilla; la cortesía y la modestia, firmísimos bases de la educación, un deber elemental que no nos cuesta violencia alguna.

Proclamamos, pues, la conciencia libre y señalamos por tanto linderos à lo que es y à lo que no es, no determinamos limites à las infinitas variedades de manifestación conciente, no ajamos fronteras à la honrada obra del hombre. Jamás diremos al hombre libre «este es tu camino y nada mas que este; hasta aquí llegaras y no más allá; no serás verdaderamente libre si no te acercas hacia aquí o te alejas hacia allá.» Nosotros diremos siempre; «anda y ve por donde quieras y como quieras; eres libre.» No levantamos pulpitos para señalar al hombre desde lo alto su conducta y condenar sus libres determinaciones. No abriremos cátedras doctrinales para decretar la verdad y excomulgar al error, nuestras principios son de libertad y de tolerancia.

La libertad tiene como corolario indispensable la responsabilidad moral. El hombre es tanto más responsable de sus actos cuanto más libre sea. Y he aquí que en cuestión de responsabilidad somos intransigentes. Y somos tanto más intransigentes cuanto más absoluta queremos la libertad. Somos intransigentes con todas las mistificaciones, con todas las concupiscencias à que el hombre puede entregarse. El ciudadano de nuestros días y el productor en el porvenir tienen necesidad imprescindible de ser consecuentes en su conducta, honrados en sus acciones, dignos y comedidos en todo. El que por maldad dice una cosa y hace otra; el que por debilidad cae en la inconsecuencia de proclamar una idea y trabajar por otra; el que hipócritamente sostiene una opinión y sirvo la del contrario; el […]

[…]

[…]zedades que nos lega una dominación política podrida gangrenada.

No queremos la libertad con antifaz; no queremos une libertad de carnaval. Quien con nosotros quiera la revolución no ha de ocultar nada, ha de tener su conciencia limpia y transparente como laz diáfana, como cristal []uisimo. El que ete[] que nuestros ideales son compatibles con ideales muertos, que le diga en voz alta y tendrá nuestra intolerancia por desatentado que vaya. Quien lo crea y lo calle y obre en desacuerdo con sus manifestaciones que cuente con nuestra intransigencia, intransigencia acérrima, por que un hemos de tolerar entre nosotros la indigna farsa que censuramos en nuestros adversarios.

Nosotros no creamos en la compatibilidad de nuestros principios con las aspiraciones democráticas,—valga el ejemplo—ni con los ideales masónicos de cualquier orden que sean, ni con los fasos principios de un libre-pensamiento mentido; pero se hay quien crea lo contrario, que la diga en alta voz y tendrá nuestra tolerancia, aunque rechacemos sus sus conclusiones.

Pero si hay quien proclamando la libertad acude á la logia dende una gerarquía estúpida le convierte en un esclavo o se confunde con la democracia donde el numero ha de anular su soberanía ó se mezcla á ese libre pensamiento que solo odia al cura y acata la existencia de un ser supremo que subyuga su conciencia y lo hace hipócritamente á ciencia y paciencia de que contradice su conciencia, entonces que cuenten con nuestra intransigencia absoluta por que no indignidad y de la mentira.

El que no tenga firmeza en une idea, el que por evoluciones necesarias de su inteligencia ha cambiada de principios ó cambie de opiniones que le diga claro y francamente. Seremos tolerantes con todas las opiniones.

Nuestra intransigencia es para los que fingen una firmeza que no tienen, para los que habiendo variado de opinión lo calla cobardemente y se convierten en elemento de perturbación, para los que en fin sienten une cosa y hacen otra.

Nuestro concepto es bien claro: tolerancia, fraternidad para todas las ideas; intransigencia para todos las inconsecuencias, para todas […]

[…]

Se intenta suprimir de nuestra bandera el principio económico del colectivismo, y se intenta sin que abonen tales propósitos razón alguna fundamental. Hemos visto el colectivismo combatido por los comunistas sin que nos cause la menor extrañeza. Nos maravilla en cambio verle rechazado o eliminado, cuando menos, por los mismos que siguen siendo colectivistas. No se combate el principio mismo, de modo que apenas podemos darnos cuenta de esta situación anómala. Hasta hace muy poco no hallábamos más que sombras cuando tratábamos de buscar algo que se pareciese a una argumentación en contra de nuestro principio económico. Se le eliminaba por la razón suprema de los dioses, se le eliminaba por que si. Pero a última hora, sin duda bajo la presión de la necesidad, obligados por las demandas de la sana razón y de la lógica, los partidarios de la eliminación ofrecen un argumento, argumento único como buscado con candil a mitad del día. La anarquía – dicen – no admite adjetivos, porque esto equivaldría a calificarla, a determinarla. Y a renglón seguido esos compañeros hablarán de libertad política, de libertad económica, de libertad absoluta como si la anarquía y la libertad no fueran sinónimas y lo que una admite la otra lo rechazara. Olvidan, en primer lugar, que hay adjetivos que mas bien ratifican que califican al sustantivo que los acompaña, siquiera la gramática no intervenga en estas determinaciones del uso y la costumbre. Olvidan, en segundo término, que la anarquía no entraña mas que una parte de la solución del problema social y que, por tanto, se necesita coordinar con ella, armonizar, por decirlo así, la segunda parte de la cuestión con los principios de libertad que proclamamos. Ellos mismos lo dicen: la anarquía, la libertad supone desde luego condiciones económicas para que pueda existir, y esas condiciones son las de la igualdad de todos los seres humanos consagrada por la socialización de la propiedad. Y esto es un principio esencialmente colectivista. ¿Pero siguen los partidarios de la reforma la serie lógica de sus deducciones? ¡Ah, no! Básteles sin duda aquella afirmación y olvidan que proclamando la libertad como la proclaman o lo que es lo mismo, la posesión absoluta de todos los derechos, no pueden dejar de determinar estos, y al determinarlos venir a consagrar otro principio colectivista. En nuestra «Sinopsis Social» lo hemos probado hasta la evidencia: el hombre en un régimen de libertad es dueño absoluto de sus sentimientos, de sus pensamientos y de sus obras, y tanto lo es, que en nombre de esa misma libertad podrá renunciar a la posesión de cualesquiera de ellos. Es por la anarquía misma que afirmamos el derecho a disponer de nuestras obras, el derecho de propiedad sobre nuestro trabajo. Y es también por la anarquía que podemos renunciar, si queremos, a ese derecho y conformarnos a vivir en comunidad. Pero nótese bien que en el primer caso se trata de un derecho y en el segundo de una determinación de la voluntad libre. Aquél es indiscutible para todo anarquista, so pena de negar la libertad, en tanto que en éste, las determinaciones de la voluntad no caen bajo el orden de los principios ni aún hay para qué discutirlas: que cada cual haga lo que quiera. Afirmar, pues, la anarquía es afirmar el colectivismo y viceversa.

Refútese nuestra argumentación y si estamos equivocados lo confesaremos sinceramente. Hasta el presente, un silencio forzado es la única contestación a nuestras afirmaciones, como si faltara la fuerza de la lógica para refutarnos o todo se confiara a la fuerza del número.

El colectivismo es la ratificación, es la confirmación de la anarquía y lo es tanto más cuanto no excluye procedimiento alguno de organización económica incluso el comunismo. Proclamar el libre funcionamiento de las colectividades – esencia del colectivismo – es proclamar la más pura anarquía. Proclamar la anarquía, la libertad, es equivalente a proclamar la no legislabilidad de todos los derechos incluso el derecho de propiedad del trabajo, o lo que es igual, el colectivismo, como parte sustantiva de una sociedad libre. He ahí nuestras conclusiones.

En el examen critico que dejamos hecho, tanto de la organización federativa de la Regional como de sus principios, van envueltas nuestras opiniones. Terminaremos por hoy haciendo un resumen de nuestras deducciones al hacer la critica de la organización.

De cuanto dejamos dicho se deduce que apreciamos dos órdenes de cosas distintas, esencial uno, secundario otro. Lo esencial para nosotros son los fundamentos lógicos de la organización, lo secundario sus detalles. En lo esencial quizá no nos separe nada del concepto general que nuestros compañeros tienen formado del asunto. En lo particular, en los detalles tal vez la separación sea mayor.

Opinamos que los Estatutos de la Federación Regional deben ser purgados de cuanto revista aspecto de legislación y modificada su base principal. No rechazamos la resistencia, pero no puede esta servir de base única y exclusiva. La verdadera base de la organización, no puede ser otra que la comunidad de opiniones y por ende la Revolución social, sin excluir ninguno de los medios que a ella conduzcan. No cabe tampoco determinar estos, so pena de caer en el mismo error que trata de corregirse. Deseamos, pues, una gran amplitud en lo fundamental. Y lo fundamental para nosotros, es la base principal de la organización, y la libertad de procedimientos orgánicos y de lucha.

Esto aparte, entendemos que la organización general, la estructura de la Federación, no debe ser modificada. En los detalles, en los procedimientos para conseguir la unidad y la cohesión necesaria no nos hacemos la ilusión de poder sujetarnos por completo a nuestro principios. Se dice a toda hora, y se dice con razón, que la anarquía es imposible sin condiciones previas de igualdad, y sin embargo, se pretende constituir organismos completamente anarquistas cuando aquellas condiciones faltan en absoluto. Si esto pudiera ser fácil, también lo sería el convertir lentamente a la sociedad a nuestros ideales. Pero esto es indudable que solamente la Revolución lo traerá. Subordinarlo todo a la Revolución, tal es nuestro punto de vista.

Para organizarnos necesitamos prescindir de aspiraciones generosas en lo que no sea esencial; los detalles indispensables de todo organismo poderoso, los elementos de combate, los medios de coerción nos los imponen las circunstancias, a nuestro pesar, y no seremos nosotros quienes por tiquis miquis de puritanismo nos opongamos a la unión necesaria que da la fuerza, indispensable para pelear y vencer.

En una palabra, entendemos que la anarquía es una inspiración, no es ni puede ser una realidad del presente, y por tanto, con la práctica de aquél principio en absoluto no iremos a ninguna parte. Se impone pues la necesidad del acuerdo por medios prácticos y sencillos de cuanto se refiera a comisiones, cuotas, solidaridad, medios de lucha, y demás extremos consiguientes a un organismo de combate, como sin duda lo es el nuestro.

Tal vez por estas conclusiones se nos tache de reaccionarios, pero esto importa poco. Lo que deseamos es que no nos falte nunca el valor necesario para decir en voz alta lo que piensan y creen sinceramente muchos anarquistas, y lo que pensaban y creían, no hace mucho, todos lo diversos elementos de la Regional.

Nuestro punto de mira es este: todo por la Revolución y para la Revolución.

TRANSLATION

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Independent scholar, translator and archivist.

2 Comments

  1. Hi there, could you provide the original scans? I’m trying to translate this one to Galicia and I cannot find them.

    Cheers!

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