Anselmo Lorenzo, “La Anarquía Triunfante” (1911)

LA ANARQUÍA TRIUNFANTE

He aquí los síntomas que presenta:

Desaliento enervador;

Pregunta si va a desaparecer el anarquismo;

Teme que los anarquistas no inspiremos ya miedo ni respeto a los gobernantes;

Sospecha que se ha sufrido una desviación; Le preocupan las luchas personales;

Le arredran los superhombres, y

Habla de propagar más directamente al obrero.

Los compañeros que han recibido tal comunicación, me han encargado de su contestación para lograr el objeto indicado, y, aceptado el encargo, he aquí su resultado.

I

Ni desaliento ni desorganización

Pienso, y lo que voy a exponer es lo que me ha decidido a hacer pública esta manifestación, aparte del mencionado encargo, que lo que necesita el desanimado consultante no es consejo, sino vitalidad intelectual, algo íntimo, propio, personal, que no puede darle un consejo ni ningún impulso exterior: tocado de un soplo de escepticismo, y recordando pagadas alegrías, aquellas incomparables alegrías qué solo experimenta el que por impulso de apóstol se siente capaz de las grandes y transcendentales empresas, el doliente compañero echa de menos el entusiasmo perdido, aquel ardor que le daba ánimo para realizarlas sin contar con que los otros fueran activos o indolentes.

¡Triste y penosa situación! porque eso, que no es ilusión desvanecida sino que es como la juventud dentro de la vida de las ideas, y cuya pérdida lamenta el escéptico decadente, si no se conserva por amor a la verdad generalmente despreciada y por la delicadeza del sentimiento herido ante la vista constante de la iniquidad, una vez perdido, no se adquiere por segunda vez, y, si se tiene, no se conserva puro y eficaz, repito, por medios exteriores ni con la receta de ningún doctor.

Aquel que, en medio de las contrariedades, penas y vulgaridades de la vida ordinaria, descubrió un día entre las brumas del error, del convencionalismo y aun del atavismo, la luz de una verdad que alumbraba bellísimos horizontes, y dio hacia ellos los primeros pasos por impulso propio, gozoso y aun orgulloso de sentirse solo en pensar, sentir y obrar de aquel modo engrandecido hasta lo sublime en su pequeñez y en su soledad, y confortado hasta el punto de tener en poco y como enemigo despreciable la tropa de usufructuarios del privilegio, no hubiera comprendido, no hubiera querido comprender el significado de las palabras desaliento, desorganización.

Recuérdese cada uno de esos grandes hombres que, como resumen de la actividad de generaciones anteriores, abren por sí solos vía para la marcha de la humanidad, y los veréis afirmando su verdad sin apartar de ella su vista, viéndola existente, indestructible y modelando el pensamiento de los hombres futuros lo mismo que el funcionamiento de sus futuras instituciones, sin pensar que tenían contra sí todos sus contemporáneos, y que solo podían tener en su favor el corto número de rebeldes dispuestos a aceptar las innovaciones, y aun éstos desvirtuados por multitud de taras atávicas a la vez que por el vicio de vana crítica que lleva a muchos neófitos a convertirse en dogmatizantes y definidores, y a considerarse, con razón o sin ella, superiores a los que les antecedieron en la exposición, de las ideas.

A mi ver, desaliento es debilidad intelectual, ofuscación, desvanecimiento de la grandeza del primer impulso, empequeñecimiento y al fin cobardía, disfrazada con los nombres de desengaño, prudencia, reconocimiento de la realidad, y de ahí el lamento por la desorganización; sin considerar el lamentador que, dominado por la carcoma escéptica, si el proselitismo cundiera y la organización se extendiera, más que sentirse reforzado por los que se le acercasen extendería la debilidad contaminando a los neófitos.

He desconfiado siempre de la interpretación generalmente dada a este aforismo: “la unión hace la fuerza”. Para mí, un hombre sano, vigoroso, ilustrado, consciente y enérgico; lo que se dice un hombre equilibrado, de esos que rompen la cadena de los atavismos y se convierten en precursores, que rompen con el pasado e inician la vida futura, vale más que una multitud de abúlicos, enclenques, tímidos y vacilantes.

Con un hombre, y mejor con muchos hombres equilibrados física e intelectualmente, se puede ir a todas partes, como suele decirse; con los que de esta clase de hombres acepten unos principios, un ideal y un criterio, la unión no es masa indiferenciada, impersonal y pegajosa, sino suma de unidades, coincidencia de inteligencia, pasión y voluntad entre hombres equivalentes aunque con múltiples aptitudes; mientras que con hombres degenerados, aceptados tal como la sociedad los hace, reglamenta y regimenta por la degeneración, la explotación y el autoritarismo la unión no es fuerza sino impedimenta, y con ella se llega no más hasta donde ellos pueden ir, porque esa unión resulta rebajamiento de nivel; para facilitarla se acorta la talla para que entre el mayor número, como se hace para la recluta de la tropa, y se da un dogma para que digan amén, como se hace para que abunden los creyentes; y así resulta que, acostumbrados a la servidumbre, no pasan del terruño, de la fábrica, de la iglesia, del cuartel, del colegio electoral y, estirando, mucho, llegan hasta el sindicato obrero; si les habláis de justicia, no la ven más allá de la ley y de los tribunales, llegando en su lenguaje hasta llamar justicia al alcalde y al alguacil; si queréis interesarles en las delicias de la vida, responderán como sibaritas de lupanar o de taberna; si les mostráis las grandezas del saber, rendirán a lo sumo estúpida veneración al sabio cuyo nombre se haya pegado a su memoria; si tratáis de interesarles en la cosa pública, se prestarán a seguir al cacique político y votar al candidato más populachero; si les habláis, por último, de revolución social, se limitarán a practicar en el sindicato de su oficio la rémora societaria, y hasta se declararán anarquistas si les da por justificar desarreglos de conducta o una absoluta amoralidad; es decir, siempre pobres reptiles, incapaces de levantar la cabeza, extender la mirada y realizar el noble gesto revelador de la energía y de la dignidad.

Para explicarnos el fenómeno, no olvidemos la influencia del atavismo, semejanza con los antepasadosespecie de rutina fisiológica que, reforzando la rutina de la costumbre, obra sobre todos sin excepción, desde el más independiente intelectual hasta el más rudo analfabeto, y que solo se atenúa, sin destruirlo nunca, por una gran tensión mental y por una voluntad firme y racionalmente educada.

El atavismo impera en el mundo en una proporción formidable, y su manifestación es el misoneísmo, el odio a toda innovación.

Se comprende que así sea, porque por su esencia misma la rutina es tradición y amor a lo tradicional, a lo viejo, a lo antiguamente estatuido; pero lo que parece inverosímil, aunque también tiene su explicación, es que el atavismo esterilice la acción de los mismos innovadores; y así vemos anarquistas que tienen arraigadísitno el vicio de la dominación, y otros el de la sumisión: hombres que a haber nacido en otras épocas hubieran ejercido el oficio de herejes al estilo de Calvino, que martirizaba cristianos más o menos ortodoxos, e incrédulos y rebeldes a la usanza del ciudadano Nerón o de aquellos iconoclastas que destruían templos, imágenes y creyentes porque no pensaban o, mejor dicho, no creían como ellos.

¿Qué diría el desalentado por la desorganización si, sintiéndose anarquista, hubiera nacido cien años antes? Con masas proletarias educadas por la frailocracia, y con una mentalidad que les inducía a gritar “vivan las caenas”, todos los esfuerzos propagadores serían ineficaces y la organización completamente nula. Sin contar que el solo hecho de manifestar sus ideas era peligrosísimo, y ni siquiera permitía el recurso de retirarse desalentado, porque antes le hubiera retirado la brutalidad autoritaria cuando no la misma ignorancia popular.

¿Por qué se ha de desalentar hoy ningún propagador en vista del grandioso movimiento emancipador de los trabajadores? Hoy existe una protesta universal contra el capitalismo, la cual ha producido la unificación de las aspiraciones obreras debido a la facilidad moderna de las comunicaciones, a la emigración, a la prensa obrera y hasta a la misma persecución de los gobiernos, que obliga a internacionalizar la solidaridad para el socorro a la vez que para la resistencia, habiéndose lanzado la idea de la huelga general internacional y el boicote para castigar injusticias nacionales y reprimir ardores bélicos; y cuando todo eso está patente en pleno vigor y actuando como activísimo motor de actividad progresiva, manifestarse desalentado es retirarse, ponerse al margen y quedar rezagado mientras la columna avanza arrogante, presurosa y arrolladora.

II

No desaparecerá el anarquismo

Ahora me hago cargo de esta pregunta: “¿Va a desaparecer el anarquismo?”

Ante todo, a los que preguntan eso ha de respondérseles con otra pregunta: “¿Va a ser eterna la autoridad?”

¿Qué anarquista osará responder afirmativamente? Ni aún lo del famoso cero de la autoridad puede invocarse como respuesta.

Cualquiera que fuese la opinión de un desequilibrado, ello es que no puede dejar de ser lo que es natural encadenamiento cronológico de sucesos: si el curso de un río no se detiene ni menos se vuelve hacia su manantial; si la desigualdad social por usurpación de riqueza y de mando se desprestigia más cada día, y la igualdad se va mostrando por racional compensación esplendorosa de razón y de justicia; si lo que es en sí y por sí como abstracción intelectual, como hecho histórico y cómo inducción racional para lo futuro es mal apreciado y peor comprendido por hombres de nuestra generación y hasta por anarquistas declarados, a causa de su escasa instrucción, de su salud averiada o de su temperamento circunstancial, a la anarquía, ideal hoy, realidad mañana, le es absolutamente indiferente.

Conste: anarquía es una cosa y anarquismo es otra. La anarquía es el complemento del hombre, el curso regular de los sucesos, la obra del tiempo y en último extremo la verdad matemática, y el anarquismo es la variabilidad de los anarquistas; la una es roca inconmovible, escollo o puerto de salvación, según el punto de vista del que juzga; el otro es la veleta que gira a impulsos del entusiasmo juvenil, de la traición cobarde y egoísta o del escepticismo caduco.

De la anarquía se recibe inspiración, porque es la verdad que impulsa y guía; del anarquismo se ha de tomar lo bueno que pueda dar de sí iniciativas racionales de propaganda y de combate, demostraciones científicas, críticas sociales, avances sociológicos, inspiraciones artísticas, etc.—, y se ha de apartar con cuidado lo que pueda ser nocivo variedades individuales, envidias y rencillas interpersonales, dogmatismo, sectarismo, miedo o poltronería disfrazados de prudencia, etc., procurando aprovechar la lección que de ese contraste se desprenda para elevar uno por si mismo la propia dignidad.

La misma variedad de la idea anarquista que presentan sus expositores y defensores prueba la vitalidad del anarquismo, porque cada diferencia representa, más que diversidad de doctrina, particularidad de apreciación por efecto de circunstancias especiales de ocasión, de temperamento, de sensibilidad y de consiguiente orden de juicios propios de cada individuo.

Hay quien manifiesta tendencias exageradamente individualistas, porque, dificultado siempre por la masa social con sus imposiciones, aspira a una independencia imposible para todo, individuo por la natural insuficiencia individual, y hay, por el contrario, quien, lastimado al ver el derroche de fuerzas perdidas por rutinaria ignorancia para obtener resultados mínimos o rendir tributo a irracionales prejuicios, se dirigen principalmente a la reorganización social descuidando ideas individualistas esenciales.

Nada: diferencia de punto de vista. En resumen, una ventaja; porque cada diferencia puede servir en último término como una especie de monografía que los sintetizadores hallarán como materia aprovechable para sus trabajos de conjunto, tomando todo lo útil, lo comprobado, lo exacto, y desechando lo genialmente particular y disgregante.

“Anarquistas de todas las tendencias, dice Mella en La bancarrota de las creencias, caminan resueltamente hacia la afirmación de una gran síntesis social que abarque todas las diversas manifestaciones del ideal. El caminar es silencioso; pronto vendrá el ruidoso rompimiento si hay quien se empeñe en continuar amarrado al espíritu de camarilla y de secta”.

Además, eso de la vitalidad del anarquismo cae perfectamente dentro del orden de aquellas cosas de que dijo un poeta que “son del color del cristal con que se mira”, porque su apreciación depende, no de lo que realmente son, sino del estado mental del individuo que juzga, teniendo en cuenta, como dice Buchner, que la intelectualidad depende de las disposiciones corporales e intelectuales por la educación, la instrucción, el ejemplo, la posición, la fortuna, el sexo, la nacionalidad, el clima, el suelo, la época, etc.

Que hay ¡anarquistas avasalladores, infelices dominados atávicamente por sus tendencias dominadoras; caudillos que inconscientemente miran tras de sí a ver si son muchos, no los que les acompañan, sino los que les siguen; que calculan con criterio utilitario las probabilidades de éxito o de fracaso de su acción, o que pierden el tiempo criticando las iniciativas de los otros, no ayudando nunca; censurando siempre y sin hacer obra positiva en pro de la propaganda; de los compañeros perseguidos o del ideal; esos llevan dentro de sí un burgués con mando, y hay que dejarlos, evitando enredarse con su palabrería, sin hacer caso de su ojalá ante los propósitos ni de sus censuras de moral inconscientemente cristiana tras los hechos. Por mi parte no los escucho, y si se presenta ocasión, como ahora, les digo privada o públicamente mi verdad, que es lo que a mí me parece verdadero.

Resulta, pues, que la anarquía es indestructible y además inevitable, y que el anarquismo; hasta que por equilibrio individual y colectivo sean hombres y mujeres lo que han de ser, es el degenerado material, humano que para gozar de la libertad suministra el régimen autoritario del privilegio.

Pues con todo y ser así, el anarquismo no desaparecer, no puede desaparecer; concedido que irán desapareciendo por el sumidero de los desperdicios, arrastrados por mortal enfriamiento o por corruptor egoísmo, individuos que un día brillaron en el campo anarquista; pero todos dejan en él lo bueno que tuvieron. Y si es verdad, como todo el mundo reconoce, que no hay idea ni energía que se pierdan, sino que, acumuladas y puestas en su lugar; son como los átomos constitutivos del gran cuerpo del progreso, lo que en pro de la anarquía hicieron los ex-anarquistas hecho queda, y un hecho puede más que todos los dioses.

Un ejemplo entre mil: en los primeros años de La Internacional en España trabajó en Sevilla un joven inteligente, activo y prestigioso llamado…, olvidemos su nombre; su palabra y sus escritos conmovieron hondamente a los trabajadores andaluces; renegó después y se hizo fraile, pero sus propagados continuaron su obra irradiándola en todas direcciones. Recluido después aquel desdichado en un monasterio de Granada como detritus en vertedero, la flor inextinguible y continuamente fresca de su pensamiento sigue embalsamando la bella Andalucía obrera, y no sería difícil hallarle determinando en parte el movimiento sindicalista que se admira en toda la América latina, como consecuencia de la gran emigración de obreros españoles hacia aquellas tierras.

Aparte de que a ese comunismo intelectual humano llamado filosofía, ciencia, arte y progreso, que forma el patrimonio intelectual de la humanidad, siempre acudirá la juventud con la ingenuidad de la inocencia para reemplazar a los viejos que se excluyen o se retiran por la muerte o por la cuquería utilitaria, y, por tanto, siempre habrá para la anarquía el refuerzo constante de los hombres de juicio recto y de sentimiento generoso.

Admitamos la suposición absurda de que llegara un momento en que el anarquismo desapareciera, porque todos los anarquistas del mundo, tocados de escepticismo, se retiraran renunciando a la propaganda. ¿Qué sucedería? Los mismos disparates gubernamentales y la insaciable codicia de los usurpadores de la riqueza, social darían motivo a que de la informe masa popular brotara, primero como protesta sensacional, y después como impulsó consciente y reflexivo, un pensamiento, una iniciativa, una organización y por último una acción revolucionaria con carácter necesariamente anarquista; porque tal es la ley de la historia.

Ha de reconocerse que así como en un momento dado surgió el pensamiento anarquista, en virtud de causas productoras, así se repetiría tantas cuantas veces fuere necesario; como así se está repitiendo incesantemente a nuestra, vista, ya que no todos los declarados anarquistas lo han sido por contacto directo con uno de sus propagadores, y muchos ni siquiera por efecto de haber recibido la inspiración por una lectura, sino por puro sentimiento de justicia ante uno de los infinitos atropellos patrocinados por la tradición autoritaria.

Témannos [sic] o no los gobernantes, lo cierto es que mientras algunos anarquistas, por efecto de sensible debilidad cerebral, ven gris lo que antes veían color de rosa, hay hombres de ciencia, a quienes el anarquismo no les preocupa lo más mínimo, que escriben sencillamente, avalorándolo con el prestigio de su sabiduría, pensamientos tan netamente anarquistas como el siguiente:

“La tierra para todos, las energías naturales para todos, el talento para todos: he aquí la hermosa divisa de la sociedad del porvenir. Urge, pues, reintegrar el hombre en las leyes de la evolución, devolver el capital, secuestrado en provecho de unos pocos, al acervo común de la colectividad, continuar, en fin, la historia biológica de la raza humana, estancada por el egoísmo y la injusticia de tres mil años dé civilización” (Evolución Superorgánica, prólogo).

Así piensa, un hombre llamado Santiago Ramón y Cajal, cuyo nombre se halla inscrito en el Registro en que constan los nombres de los grandes descubridores de los arcanos naturales y no todavía en el de los sospechosos que conserva la policía para la salvaguardia de los privilegiados.

III

La luz del criterio anarquista

Acerca del miedo o del respeto que a los gobernantes pueda inspirar el anarquismo, conviene decir que si el programa de las reivindicaciones obreras no pasara de condicionar el jornal en sentido favorable al trabajador, pero dejando en todo su vigor lo que el Código Civil llama derecho de accesión, poco asustaría el caso a los que por hallarse inscritos en el Registro de la Propiedad son dueños de la tierra, de lo que está debajo de ella, de lo que produce y de lo que se le hace producir, de quienes ese mismo Código injustificadamente presume que son hechas todas las obras, siembras y plantaciones.

Pero no es así: los gobernantes saben que las multitudes, agitadas en sentido más o menos revolucionario, son masas, y las masas, por lo que tienen de individuos agrupados bajo un símbolo o una fórmula colectiva, sumisión a una jefatura,     fácil de trampear, presentan una fase; pero existe otra fase, que es su consiguiente y definitiva, a saber: la disgregación individual consciente y rebelde. Esta es la que temen los privilegiados y mandarines. Desconfían de imponerse y dominar al socialismo sindicalista y aun al parlamentario, por más artimañas y componendas que usen para la atracción de los jefes; porque, tras esos socialistas que se agitan gruñendo contra el jornal escaso y la jornada larga de trabajo, ven al anarquismo señalando la accesión, consecuencia de la propiedad legal, como base del privilegio, como obstáculo único opuesto al progreso.

Y eso no puede menos de inspirar cuidado a los que mandan, porque fundada la autoridad sobre principios falsos, instituciones injustas y convencionalismos y ficciones irracionales, se sostiene únicamente mientras las gentes acatan, respetan y aceptan todo eso; y siempre que contra ello haya un anarquismo (conjunto grande o brillante de individuos que se llamen anarquistas o individuo solo) que proyecte la luz del criterio anarquista, la autoridad y el privilegio que le sostiene corren serio peligro.

Conocida es la famosa parábola: al pie de una montaña había una estatua colosal, compuesta de ricos metales y piedras preciosas, que tenía los pies de barro. Un día se desprendió una piedrecilla de la altura inmediata, y rodando rodando fue a dar en los pies de la estatua; ésta, no pudiendo resistir la violencia del golpe recibido en parte tan frágil, vino al suelo con estrépito. Pues ese es el caso de la autoridad y el anarquismo: la una fuerte en apariencia y débil de hecho, el otro débil pero fortalecido por la ley ineludible de la gravedad o de la lógica, que es lo mismo.

En esto del anarquismo el toque está, no en que muchos o pocos ostenten el titulo de anarquista a la manera doctoral, sino en que se ilumine esa masa que todavía no ha visto la verdad. Lo que falta es que el anarquista de veras vaya a ella con el entendimiento y la voluntad rebosante de sinceridad y de energía, y como anarquistas de esos no faltan ni pueden faltar, de ahí que los gobernantes nos teman, aunque no nos respeten.

IV

El anarquismo no se desviará

Hablemos ahora de la desviación. Hasta en esto ha estado poco feliz el compañero causante de este trabajo, y con él no pocos desalentados cuyo eco ha llegado hasta mí. El anarquismo, por más que se desvíen muchos anarquistas, no puede desviarse; lo abona su misma razón de ser. Un servicio principal, eminente, esencial presta por hoy el anarquismo a la humanidad: señalarle el positivo ideal humano. Examinando las finalidades de todas las religiones, sectas, escuelas, ligas y partidos se ve que todas esas entidades se proponen en último término la consecución de algo imposible o injusto, sea por exceder las facultades humanas, sea por reducirlas a un objetivo mezquino: o quieren la gloria eterna o van tras bienes efímeros; por aceptar errores o por transigir con ellos tienen ideales inaceptables. Únicamente la anarquía, que quiere al hombre libre y absolutamente dueño de sí y participante por ser contribuyente en todos los beneficios socialesseñala un fin racional a la evolución progresiva.

Lo incoercible y circunstancial de la organización anarquista en este período de propaganda y de lucha; eso que se deplora como una falta cuando en el curso de las cosas afecta formas de decadencia; eso mismo es garantía contra toda desviación: que pocos o muchos individuos tenidos por anarquistas predican extravagancias, los casos abundan, allá ellos; ni tenemos una censura que lo impida, ni ellos disponen de la estampilla dogmática. La discusión, la crítica, la aceptación o el abandono tras el examen racional pondrán las cosas en su punto: que llevan tras sí sectarios, que causan escépticos, que paralizan actividades, no importa; todos los individuos pendidos para la verdad por efecto de esas predicaciones bien se los merece el error, quédese con ellos, quédense con él y déjennos en paz, y ¡viva la libertad!

Lo cierto, lo seguro, lo evidente es que siempre resulta recopilado como ciencia revolucionaria, despojada de toda hojarasca de vana ideología, el caudal indestructible de conocimientos sociológicos que constituyen en último término la riqueza intelectual humana, y sobre ésta trabajan y acumulan los buenos, los que han llegado, o si se quiere, los que no han caído aún tomando como buenos todos aquellos que se inspiran en el altruismo antes de envilecerse en el utilitarismo exclusivamente egoístay sobre todo los que se mantienen firmes hasta la muerte, y éstos son los que por coincidencia, por confianza mutua y con el propósito de llevar adelante buenas iniciativas forman un anarquismo firme, inconmovible, indesviable. ¡Pobre del anarquista que por daltonismo intelectual (por ver las cosas de falso color) no reconozca esta verdad! ¡Tenga por seguro que su juicio y su salud se han desnivelado!

Sucede, como dicen en mi pueblo, que ciertos individuos entran en las agrupaciones de nuestras ideas como los perros en misa, porque ven la puerta abierta. Estos tales, queriendo sobresalir por vicio atávico, y no habiendo, quien dé diplomas, títulos, grados ni ascensos, se los dan ellos mismos, y sientan plaza de capitán general, o se encasquetan el birrete de doctor. Verdad que hacen daño; peno ¿quién puede evitarlo? Solo queda el recurso de separarse de ellos, lo que sin la menor coerción y por antipatía natural hace todo anarquista verdadero, que es como si dijéramos todo hombre de recto juicio. Que dicen aquellos pobres atávicos que son los más revolucionarios, que lo digan; que todos los anarquistas eminentes son insignificantes ante su sabiduría, dejadlos que charlen en cafés y periódicos; ya se cansarán, demostrando pronto que solo atienden a su vanidad y son incapaces de cuanto signifique esfuerzo y sacrificio en pro de las ideas y de los compañeros perseguidos. ¿Qué vale todo eso en una entidad como la que constituye este anarquismo discutido por quien no le conoce a fondo, y que además de acciones sublimes de heroísmo reflexivo ha producido obras notabilísimas, pudiendo citarse, entre muchas, Dios y el Estado, La Conquista del pan, La sociedad moribunda y la anarquía, Entre campesinos y La evolución y la revolución?

Ha de tenerse en cuenta otra consideración importante que solo por inexplicable preocupación olvidan ciertos anarquistas, a saber: ese proletariado internacional consciente que agita al mundo combatiendo al capitalismo, el que desdeñando los vanos derechos políticos no se amasa en los partidos políticos burgueses, ni siquiera en los partidos socialistas dirigidos por jefes que, aunque de procedencia obrera, son burgueses de intención, va a la desvinculación de la propiedad, a la socialización de los medios de producción y de cambio y a la participación directa en el patrimonio universal. Ese proletariado no se contenta ya con ficciones democráticas, y, harto ya de apariencias brillantes que encubren miserias positivas, quiere la substancia de las cosas, y no solo protesta racionalmente contra todo engaño, sino que tampoco se conforma con dejar en paz a los trabajadores alucinados que siguen cándidamente a los ambiciosos republicanos o socialistas que se encaraman a chupar las ubres del Estado.

Verdad es que el proletariado actual no asiste a la universidad ni casi a la escuela; pero está a la mira de la lucha entre el capital y el trabajo, lee la prensa obrera, asiste al mitin y oye a los oradores compañeros suyos que exponen sus quejas, sus reivindicaciones y sus esperanzas; sabe que es explotado, que se le alambica la vida por medio del jornal, que la accesión es la línea divisoria que rompe la unidad humana para sostener la división de pobres y ricos y quiere poner término revolucionario a tan anómala situación.

He ahí un anarquismo que pudiera considerarse como resultado inevitable de los hechos, producto, fatal del medio, diferente del anarquismo de escuela, y con el cual no contaban muchos anarquistas, que no han debido olvidar nunca que si es verdad que la emancipación de los trabajadores, ha de ser su propia obra, es a condición de reconocer que emancipación obrera quiere decir anarquía; porque única y exclusivamente en la anarquía ha de hallar el proletariado su emancipación.

V

¿Qué importan las luchas personales?

Deplorables son las luchas personales, pero inevitables. Cuando sobrevienen esas luchas porque tal individuo influyente se supone que intenta una desviación con propósitos buenos o malos, y otro le descubre, el descubierto se defiende y acusa a su vez, y en todo eso, usando y abusando de los medios de publicidad y de propaganda suele ocurrir que se despiertan en los individuos las tendencias atávicas del sectarismo, y al ver aquella lucha de picotazos injuriosos y la dignidad de los hombres rebajada al nivel de gallos luchadores, unos se interesan por Fulano y otros por Mengano, prolongando, la enemistad entre la masa y creando partidos fulanistas.

Contra sucesos tan funestos, y tan inevitables por falta de cultura, de dominio propio, de seguridad y fijeza de criterio, no hay más que armarse de razón y calmar con prudencia a los que se apasionan, demostrándoles que la esencia y la evidencia de una verdad, hecho experimental o inducción racional, no se altera por el prestigio o desprestigio de un hombre, y procurando dejar a los luchadores que arreglen particularmente sus diferencias sin darse en espectáculo.

Si a pesar de todo no se consigue… pues al buen anarquista, al que es para sí dios y hombre, ley y legislador, monarca y súbdito y, por tanto, perfectamente ingobernable y esencialmente rebelde contra toda autoridad dominadora, no le queda más remedio que seguir adelante su camino, separando ese nuevo obstáculo, nunca haciendo de él un motivo de decepción.

VI

La superhombría

En cuanto a lo del superhombre, pienso que si todos los que usan la palabreja hubieran nacido antes que el que la inventó o éste hubiera de nacer aún, ninguno de ellos la usaría; la vanidad y la necedad no hubiera recurrido aún a la superhombría, debido a que la originalidad del pensamiento anda muy escasa por el mundo, pero la tontería de ponerse a la moda abunda de una manera repugnante y fastidiosa.

Superhombre anda suelto por ahí mirando desdeñosamente a los hombres, que, en vez de llevar con merecimiento los galones de super, es un infer ranchero, que solo representa la extravagancia imitativa de la multitud puesta con ingenio magistral de manifiesto por Rabelais en su famoso episodio de los carneros de Panurgo.

A mi ver, desde el australiano, o africano, o asiático, o americano más primitivo, más salvaje, hasta el sabio más eminente, todos somos hijos del antropopiteca, nietos del mono, constituyendo una especie que solidariamente evoluciona por compenetración, adaptación, conquista, cruzamiento y no sé por qué causas más, y si parcialmente vamos acercándonos al ideal, a él llegaremos todos, todos, rompiendo el límite del sexto día genesiaco, del mismo modo que se negó la existencia del primer día.

VII

La propaganda al obrero

Sólo me faltan pocas palabras acerca de lo de “propagar más directamente al obrero”… ¡Cuidado con esto! Si no eres obrero, si amas la justicia y sientes compasión por el desheredado, no tomes pie de ello para elevarte a redentor. No olvides que todo redentor degenera en tirano, y que los sectarios de cada redentor, por intransigencia y por autoritarismo, acaban por ser inquisidores. Si eres obrero, no vayas a engreírte con la idea de hacerte dogmatizante y jefe.

El asunto es más grave que lo que parece.

El pueblo, la masa popular, ese conjunto de asalariados de la ciudad y del campo que por miseria e ignorancia queda a la expectativa sin interesarse en la lucha de las ideas, es solicitado por cuantos necesitan soldados para su causa, ceros para dar valor a las unidades sobresalientes, y, dada su incultura, se procura su atracción, no por la inteligencia sino por la pasión, desconociéndose generalmen te, y a veces hasta los anarquistas lo olvidan, que ese pueblo desdeñado y cubierto de oprobio es el llamado a ser el agente decisivo en la gran obra de la justificación de la Sociedad.

Urge, por tanto, recurrir al pueblo, no en busca de defensores, sino para desarrollar en él energías atrofiadas y suscitar la totalidad de las iniciativas redentoras. No se le han de dar verdades formuladas, que, aunque expuestas con sinceridad, harían a lo sumo el efecto de dogmas impuestos a los creyentes; se le han de suscitar ideas, se le ha de poner en el caso del que forme juicios propios.

Aquí no cabe más sino que el propagandista, es decir, el que tiene plétora de pensamiento y de convicción y ha de dar su saber a otros, privilegiado o desheredado, se manifieste como hombre a los hombres, y suscite en ellos el conocimiento que determina, la pasión que exalta y la voluntad que ejecuta. Y nada más.

Nunca han faltado, no faltan hoy, no faltarán jamás, aunque por desgracia no abunden, pero que es de esperar abundarán más cada día en lo sucesivo, compañeros anarquistas que enaltezcan los famosos aforismos de La Internacional:

“La emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos.

No hay deberes sin derechos ni derechos sin deberes. No queremos el privilegio ni en nuestro favor”.

Pues con eso basta para el triunfo de la Anarquía.

VIII

El anarquismo triunfador

Terminada la tarea aceptada por encargo, me parece útil añadir por cuenta mía lo siguiente:

Celebróse hace poco en Madrid un mitin de panaderos, en el que se acordó pedir una ley prohibiendo el trabajo nocturno. Al reseñar le decía un periodista de seso:

“¡Un mitin de trabajadores! ¡Ahí es nada! Toda la cuestión social. Esos asalariados quedarían por ahora satisfechos con que se les mandara dormir de noche y se les permitiera gozar de la luz del sol. Toda la humanidad está en el Hombre, como toda la animalidad en un infusorio, todo el dolor humano en una queja. La presencia del trabajador, la mera presencia física, plantea ante el Hombre. Acongojado por la visión de las iniquidades, económicas que trascienden a todo el orden social, los magnos problemas de nuestro tiempo. Importa poco que un día solicite aumento de salario, y otro disminución de la jornada, y el de más allá descanso nocturno.

El obrero hará otra historia, porque él es la revolución de mañana.

Si no viene de las plumas vendrá de las piquetas.

¡Imaginad la sima que existe entre el legislador y el que pide una ley!

Cuando esa sima se llene con desengaños de los trabajadores, triunfará la violencia con alardes de reivindicadoras justicias.

Las leyes sociales no dan pan a los hombres, pero calman su voracidad.

La Gaceta es un derivativo de las cóleras populares. El capitalismo ha de defenderse de su ruina total perdiendo poco a poco y una a una sus históricas prerrogativas.

Según cierto apólogo de nuestra literatura, un zorro sorprendido en un lugar hízose el muerto para librarse de la muerte. Rodeóle la gente, y uno dijo: le arrancaré las uñas, que curan los sabañones; otro habló de cortarle la cola para forrar el cuello de su abrigo. El zorro, que sabía que sin esas cosas podía vivir, se aguantó como zorro que era; pero otro sujeto quiso para sí el corazón, como preservativo contra el mal de ojo, y entonces, el zorro, oyendo su sentencia de muerte, saltó rápidamente, dejando absortos a los que le rodeaban.

Pues el capitalismo es el zorro, sorprendido en su correría por la alarmada vecindad. Mientras no le lleguen al corazón, hágase el muerto, porque el fingimiento prolongará su existencia, aunque por eso no se libre de que se le llegue al corazón algún día…

Del lobo un pelo. Pelo de lobo sería esa ley nueva que piden los tahoneros madrileños. El corazón ¡oh confiado burguesismo! no está en peligro todavía”.

El ilustrado y sensato periodista pierde el tiempo, y si sigue teniendo sentido común perderá además el sueldo. Su pensamiento es muy razonable, pero su símil no es exacto, porque el capitalismo no tiene la astucia del zorro sino la testarudez del burro; ¿no le ve siempre empeñado en negar mínimas demandas y obcecado en destruir organizaciones obreras?

¡Bien haya la intransigencia burguesa! Ella sirve de complemento a la falta de ilustración de los trabajadores; luchando con ella adquieren experiencia y educan su voluntad, y, finalmente, por ella se llenará más pronto la sima de que hablaba el periodista indicado. Contribuirán a ello los fracasos del socialismo parlamentario y el progreso industrial, producido por el rápido avance de las ciencias y la avaricia de los trusts.

Lo que falte, saturado el ambiente de propaganda y colmada la medida del sufrimiento, surgirá por el incidente inesperado, por la pequeña causa aparente que produce los resultados asombrosos, como catastrófica explosión de grisú por insignificante descuido de un minero.

Ni la ciega confianza de los privilegiados, ni la irracional desconfianza de gastados luchadores, harán perder un milímetro de espacio ni un segundo de tiempo al salvador avance del anarquismo triunfador.

¡Arriba los corazones!


Esta Biblioteca se forma contando con el apoyo de los trabajadores a cambio de buenas ideas que estimulen el juicio, avaloren el entendimiento y determinen la voluntad.

No quieren los fundadores de esta Biblioteca enseñar a sus compañeros, quieren que aprendan estudiando, y al efecto se proponen darles elementos de estudio sobre asunto urgentísimo, sobre sociología, con el fin de que entren de manera consciente y capaz en el gran movimiento del Proletariado Militante, rechazando la desviación política, ya sea republicana, ya sea socialista, que, so pretexto de protección, ofrecen siempre los políticos de oficio, los mendigos de votos, en la tribuna o en la prensa.

Los beneficios de cada folleto publicado se destinan a la publicación del inmediato.

Para evitar el fracaso por causa de retención abusiva de fondos, no se sirven pedidos sin previo pago.

Dirección: Juan Boix, San Pablo, 94, int.

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