J. Quiñonero Gálvez, “¿La anarquía, es programática?” (1935)

¿La anarquía, es programática?

La moneda o sus similares

Hablando metafísicamente, filosóficamente si se quiere, se pueden decir muchas cosas que aunque se contradigan pueden pasar; porque la metafísica ni la filosofía son matemáticas. Pero hablando sociológicamente ya no se pueden decir tantas; porque la sociología ya es el pensamiento y la razón aplicados matemáticamente a los problemas de la vida. En la sociedad comunista-anarquista, la vida social ¿a qué habrá de estar condicionada? Mejor, para si alguien entiende esto, lo transcribiremos aquí: «En la sociedad comunista-anarquista la vida habrá de estar condicionada naturalmente para la máxima garantía de la libertad individual, de la igualdad social y de la equidad humana». ¿Condicionada a qué?

Explicar a continuación que no debemos usar palabras sonoras ni rimbombantes, por no ser ellas las que convencen, sino lo que expresan dejando esto dicho, ¡no sé cómo habremos de explicarnos para que todos nos entiendan! «La ilimitación y la incondición son inexistentes: son afirmaciones y negaciones que no convencen. No puede existir nada sin éstas; condicionado, en cuanto pierde su condición, se deteriora, desaparece o muere.» Que esto lo diga un escolástico o un comunista de la ortodoxia marxista, está bien; pero que lo diga un anarquista, no está bien. Porque un par de zapatos está condicionado; el Código civil también está condicionado; como un ascensor en una escalera, también está condicionado; todas estas cosas, cuando pierden su condición, desaparecen. Pero los hombres no estamos condicionados más que bajo la Constitución y el Código; pero queremos librarnos de ella sin imponer otras condiciones.

Traer aquí lo que significan las leyes o la palabra «ley», para justificar que los hombres cuando hayamos desterrado todos los códigos aun continuaremos viviendo sometidos a nuestra propia «ley», «ley anarquista», es una cosa que considero agotar todos los recursos de las palabras para hacerse comprender y quedar en estado confuso. Porque las leyes han sido los hombres los que las han hecho, y los hombres somos los que las tenemos que desterrar de nuestros usos y de nuestras mentes. No puede importarnos nada sobre este particular la «Ley de la Naturaleza»; nos importa la «Ley de Orden Público» u otra cualquiera; porque podemos decir: la «acción de la Naturaleza», la «acción de Orden Público»; porque acción es por una parte y por otra, puesto que si una ley nos protege y nos ampara, también nos puede matar, sea de los hombres o de la Naturaleza. Mas, teniendo en cuenta que no son las palabras las que convencen, sino las que expresan, nada hay de particular que cuando un anarquista oiga la palabra «ley» se horrorice y la deteste y la combata por todas sus partes, porque puede ser que en nombre de ella le hayan apaleado muchas veces, y porque si tiene ojos, oídos y es sensible, se dará que lo que ella expresa es la justificación del matar y robar.

Así es que considero que se puede sentir horror cuando se oiga la palabra «ley», y se debe combatir sin preámbulos de ningún género; lo mismo que para sentirse libertario se debe hacer uso de las pesas del sentido común, lo mismo que de la lupa de la razón, y no dejar entremezclarse ni un adarme ni una broza en las teorías anarquistas que, con muchas luchas y enconos, los hombres han podido sostener hasta estos nuestros días; porque cada día se va viendo más palpablemente que sólo las teorías anarquistas hacen mella en las conciencias y pondrán al mundo en el camino del progreso; por consiguiente, comenzar, antes y con tiempo a reformar, con palabras que cada cual interpreta a su manera, lo que sólo se puede rectificar bajo la práctica, veo, para mí, que es un ansia mal comprendida, puesto que como las ideas ya son viejas — relativamente —, queremos ver algo más nuevo, sin darnos cuenta que esto se encuentra practicando y no teorizando, pues teóricamente ya está todo inventado en el orden social.

* * *

Hemos dejado transcrito que no son las palabras las que convencen, sino las que expresan, y apuntado, también, que es necesario explicar prácticamente lo que son las ideas. «La constitución del comunismo libertario, pues, asentada sobre la trilogía sostenedora, necesita una nueva economía organizada integrante de un nuevo Derecho establecido, que, en relación con los órganos sostenedores, la ley del equilibrio por la igualdad de gravitación de valores equivalentes.»

Este párrafo entre comillas, que acabo de transcribir, ahora me doy cuenta que no debo comentario yo, sino remitir al lector a los números 295, 297, 299, 303 y 305 de LA REVISTA BLANCA; que él lea los artículos «Anarquía y comunismo libertario. Necesidad previa de una estructuración orgánico-social futura», y que los comente él. Pues en verdad que yo no entiendo lo que quiere decir, ni aun lo que en palabras dice. En cambio, él es sucesor de un artículo que explica la abolición de la moneda en la sociedad futura. Sin tener en cuenta que los que han de abolir la moneda no la conocen más que de nombre y en algunos sitios no cotidianamente, sino temporalmente.

Los que propugnamos por una sociedad mejor, será preciso que aborrezcamos la moneda, y que cuando detestándola hablemos de ella, no la mezclemos con signo de cambio alguno de la sociedad futura; pues en la sociedad futura, ni la colectividad, ni el individuo, serán capaces de valuar el trabajo a nadie; quiere decir esto, que el individuo producirá lo que pueda y consumirá lo que necesite sin términos medios.

Considero que la discusión del signo de cambio en una sociedad socialista-anarquista, es una cosa secundaria. No obstante, hoy es de las de primera fila; porque el que carece de todo sólo piensa en las monedas con que saciarse, y se le hace un poco cuesta arriba suponer siquiera que sin monedas podrá satisfacer su necesidad nunca contentada. Pues la idea de la colectividad forma en su mente un conglomerado de personas insatisfechas que se apretujan para ir a saciar sus ansias a un sitio convenido por todos y donde tendrá que contentarse con lo que le toque. Por esto, con la moneda o -el signo de cambio, él ve mejor satisfechas sus necesidades, pues puede para ello ir donde le plazca. Y por esto hemos de considerar que la conciencia revolucionaria no se forma por un programa más explícito en lo económico y lo social que ningún otro. Pues, ¿no se han dado cuenta los que hablan con el programa en la mano, de la cantidad de confusiones que se engendran en las mentes infantiles de los trabajadores y el resultado lastimoso que ellas dan?

Un hombre del pueblo, de edad corriente, es capaz de cambiar durante un mes en todas sus ideas, y en su conciencia por consiguiente, proponiéndose verdaderamente conseguir una cosa. Sin embargo, vemos cuan poca es la diferencia de unas generaciones para otras, y el problema es el mismo.

Esto, aparentemente, no nos dice nada; en realidad, dice que los hombres de lo último que se ocupan es de sí mismos, y de lo que más se ocupan es de conservar las formas superfluas de la apariencia y de los prejuicios.

Pues bien, los anarquistas hemos de decir: Tú eres quien debes revolucionarte para hacer la revolución, y tú eres quien debes estructurarte tu programa de forma que satisfaga las aspiraciones de todos los demás, al par que las tuyas propias. ¿Esto es imposible? Imposible es si te encierras en tu torre de marfil con tus sueños, o en la costra inmunda de pasividad. Pero si te pones en actividad y haces uso del sentido común y del libre acuerdo, tú serás el primero que comenzarás a hacer concesiones al acuerdo que mejor convenga a todos y menos ofenda a los deseos o gustos de cada cual. Pero esto no sale ni de uno, ni de dos, ni de unas ideas u otras; esto sale de la actividad de los hombres conscientes, de voluntad y buena fe, aplicada a los problemas de la vida práctica, progresando siempre en el libre acuerdo, en la anarquía, que es el libre acuerdo en la colectividad, y siempre dispuesto a enmendar. Esto difiere mucho de ser programa, y si a los programas se tiene que hacer caso, como a las colectividades, yo llamaría imbécil a quien tal hiciera; pues veamos las colectividades como a los programas acarrean.

Las personas de cerebro atrofiado — entiéndase esto: me refiero a las personas cargadas de prejuicios, y no a los seres anormales que los psicólogos llaman anencéfalos —, como las de cerebro no atrofiado, piensan y no siempre son capaces ni se encuentran dispuestas a exteriorizar lo que piensan; el medio en que se encuentran, como las necesidades que sufren, son los que martillean su cerebro y son su personalidad hecha pensamientos. Ellos de por sí se bastarían con su pensamiento, porque piensan cómo solucionarían sus problemas y vivirían muy bien su vida; pero los que tienen prejuicios, se encuentran con que las leyes se lo impiden y con el temor de su honor y de no molestar al vecino; y sus pensamientos se los guardan como cosa íntima que no pueden ver la luz del día; los otros no siempre saben hacer uso de la dialéctica para decir lo que piensan, y no siempre tienen la confianza de que sus pensamientos coinciden con los del otro, y sólo se expresan en las confidencias, y no siempre a las claras. Y he ahí a las multitudes necesitadas e indecisas dispuestas a devorar un hueso reformista, como a desbordarse diciendo granujas como una bandada de perdices.

A estas personas llega el tribuno, que puede ser político o apolítico, o la colectividad: expone sus ideas y dice; «Bueno, quitaréis la moneda; pero en cambio me daréis otra cosa equivalente». Y he aquí que para él la moneda no desaparece en el sentido que debe desaparecer, sino como signo de cambio burgués. Mientras que la desaparición de la moneda es en su sentido de equivalencia, es decir, en su sentido adquisitivo, de valor como productor o como valor de mercancías acumuladas; ahí es donde la moneda debe desaparecer y con ella los signos y carnets de equivalencia. Con respecto a lo económico, no hay ninguna cosa que valga más qué otra; ni ninguno que en su trabajo haga más que otro, ni que consuma más que otro.

Por consiguiente, hemos de tener en cuenta el estado mental, el estado físico-económico y social del individuo y no predisponerlo hablándole de programas, de signos de cambio o de carnets; a ese último estado de la conformidad que es el encontrarse las cosas simples y hechas y darse al descuido de que todo se andará. No; es preciso que se despierte en el individuo el estímulo a estudiar y ver par sí mismo el medio mejor de encauzar las cosas que satisfagan las aspiraciones de cada uno y corone así el éxito revolucionario de todos.

Demasiado mal se hace cuando en la propaganda se halaga el sentimiento burdo de las multitudes — forzosamente — cuando se pone de manifiesto las consecuencias del Estado y de la burguesía y se les invita a que tomen parte en la vida activa de la sociedad, porque son ellos mismos los que la sostienen. Es preciso que las multitudes se den cuenta de la responsabilidad que entraña su pasividad en el orden económico social y que se remita a los sindicatos no a charrar insulsamente, sino a poner de manifiesto lo que se ha producido donde trabaja, cotejarlo con lo de meses anteriores, o años, y teniendo en cuenta el estado y calidad de los útiles y material en uno y otro tiempo, vea cómo se produce más y mejor y si podrá o no vivir un socialismo anarquista.

Es muy bonito ver la cara de simpatía y hasta de boleos que ponen las personas cuando están oyendo recitar o explicar cómo se vivirá en la sociedad del porvenir o de mañana, cuando nos estamos muriendo de asco en esta y no somos capaces de reaccionar en ella, sino que habrán de dárnoslo mascado en la de mañana, y con eso ya hay bastante; y para eso si nos explican cómo comeremos y no hemos comido; o cómo será el carnet y sus páginas, con el que adquiriremos de todo y no tenemos una perra gorda; o cómo habremos desterrado los vicios y hoy somos unos perniciosos; y, en fin, nos pueden explicar cómo será la sociedad en general y nosotros quedamos adormecidos y amodorrados como si nos hubiesen contado un cuento de hadas.

No es extraño que haya muchos compañeros anarquistas que de ninguna manera estén de acuerdo con eso; pero no ya porque, como dicen otros, sea antilibertario, antianárquico, o poner barreras a la libertad del individuo. No; no puede ser por eso, ni mucho menos; pues las cosas concretas son siempre más claras que las cosas confusas; las cosas terminadas son siempre más concisas y más positivas que las cosas en proyecto y en el aire. Pero como de lo que se trata es de hacer la revolución con hombres todo lo más conscientes que se pueda, puntos de vista sobre los problemas que a todos atañen por igual, les da un cierto barniz de cosa imprescindible e inmutable, y de la multitud indecisa salen unos que van a votar y otros a esperar que venga la revolución social. Al tribuno le dicen hombre acertado y listo, y lo discuten entre sí como las beatas discuten a sus sacerdotes religiosos, y dan por bueno todo cuanto el tribuno haya dicho no porque lo hayan comprendido, sino porque les satisfizo los pensamientos que ellos no fueron capaces de exteriorizar. En consecuencia: explicar de una manera redonda o programática las ideas anarquistas, es hacer círculo o lazo con lo que es expansión: y línea recta, no ya porque concretar sea un prejuicio o perjuicio, sino porque concretar el detalle cuando aun la generalidad no se ha puesto en práctica, es el último de la conformidad y de la sugestión revolucionaria.

¿Qué tenemos que concretar hoy en día? ¿Acaso no andan por ahí una multitud de folletos y hasta de libros que te explican de una manera clara y bien concisa cómo podrá vivirse en comunismo libertario y nadie los lee?

Si a nosotros o que nos hace falta son estadísticas locales, comarcales, regionales, etc., todo lo más exactas que sea posible, que los trabajadores sepan o puedan saber lo que producen y lo que consumen tanto de productos locales como del exterior; donde hay posibilidades de abrir nuevos trabajos que rindan producto acto seguido y compense la escasez que pueda producirse o se haya producido por otra parte; en fin, un género de estadística que ponga al detalle todo cuanto pueda haber en la localidad de más o de menos y cómo podrá cambiarse, exportarse o importarse lo más rápido posible, para no escasear de nada, o que los otros no escaseen y que vean las posibilidades de éxito a día.

Pero no detallar con qué habremos substituido la moneda, pues la moneda no tiene substitución; la moneda, como todo cuanto pueda substituirla, debe desaparecer por completo; ni explicar el proceso de la nueva economía bajo el atávico concepto de nueva ley, pues ello engendra en la mentalidad de los trabajadores la última conformidad con respecto al régimen actual, que es la que al preguntarse cómo nos entenderemos económicamente y socialmente, y tropezar con la «nueva ley» que, dispuesta por todos, habrá de acatarse irremisiblemente, y el nuevo signo o carnet no encuentra ni más ni menos que es una nueva forma impuesta por la colectividad del curso de la sociedad actual. Y, a la vez, las ideas anarquistas sufren el deterioro de ser rechazadas por personas que, aunque piensan, no saben lo que piensan, pues las ideas anarquistas en la práctica son para ellas un desbarajuste donde cada cual tira por donde le place y hace lo que la da la gana; y esto es lo que hay que hacer comprender, que las ideas anarquistas, bajo la práctica, son el libre acuerdo, y no lo que a cada uno le da la gana groseramente.

J. QUIÑONERO GÁLVEZ


J. Quiñonero Gálvez, “¿La anarquía, es programática?” La Revista blanca 13 no. 321 (15 Marzo 1935): 256-259.

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